Recuerdo la primera carta que te escribí. Era un día soleado, en el cual el aire estaba invadido por el canto de gorriones y el ladrido de algún perro. Mi gato acechaba ronrones en las esquinas y el calor aplastaba mis brazos contra el escritorio. En mi mano la libreta sobre la que tantas veces había redactado. Un lápiz negro se deslizaba entre mis dedos, con el número 2 impreso en la madera y el borrador entre la ansiedad de mis muelas. Mis ojos bailaban sobre cada letra, cada signo. Desde la capital de cada oración hasta el desenlace en forma de punto. Mi corazón latía como perdido, confundido. Sin saber si era un error embriagarse de amor o si la mente era una irrazonable, que pensaba demasiado acerca de asuntos sobre los que no tenía el control. Un temor hacía temblar cada musculo de mi garganta. Tenía tanto que expresar que no había palabras que soportaran el peso de tantas emociones. No sabía ni que quería decirte. Contuve el aliento, pero este se amotino en mi contra y escapo como un doloroso suspiro. Forcé una lágrima desde la comisura de mis ojos, pero estas se negaban a salir y se volvió a escabullir a través de mis labios. Que tímidos eran mis sentimientos en aquel entonces. Un viento rebelde se deslizo entre las hojas de algún pino cercano y las hizo silbar. Uní mis dedos en una plegaria sobre mi cara. Sin saber si ya te amaba o me odiaba por sentirme de esta manera. Así de complicadas son las emociones en mi alma. Gotas de lluvia comenzaron a regarse sobre el suelo, a rodar por las paredes y a deslizarse sobre las ramas de los árboles. Mientras las gotas de mis ojos seguían en huelga, negándose a presentarse a trabajar. No sé cuánto dure en ese trance, ni cuál fue el impulso que consiguió hacerme salir. Solo sé que te escribí una sinfonía caótica y espiritual, que jamás llego a satisfacer todo lo que quería lograr.
La hoja se fue haciendo vieja. Se arrugo y se manchó, la tinta de las letras se corrió. Los sentimientos plasmados envejecieron y algunos murieron. Pasaron los días y los meses, meses en que mis emociones por ti solo crecieron, hasta que lo nuestro adquirió un cáncer terminal y fue muriendo lentamente, sin que ninguno pudiera rescatarlo. Y aquí me tienes otra vez. Sentado en el mismo lugar. En un día que quiere llorar y no puede, en que los gorriones ya han muerto y son sus hijos o sus nietos, los que invaden el aire con sus voces. En que el perro se ha quedado sin voz y a mi gato le han crecido canas, si es que sucede tal cosa. El lápiz negro se acorto tanto que tuve que cambiarlo y nuevamente el borrador se consumió por la ansiedad. Tuve que comprar una nueva libreta, pues la vida dio tantas vueltas que se agotaron las hojas. Las hojas de los pinos, sobre las que silbaba el viento, se secaron y cayeron y fueron reemplazadas. Y ese amor con el que tanto peleaba, que tanto me atemorizaba y por el que tanto quería llorar se quedó. Finalmente las lágrimas decidieron ponerse a trabajar y cayeron y vuelven a caer cuando la herida hace contacto con un recuerdo. Han aparecido nuevas heridas y nuevos rostros me han llevado a escribir. He plasmado más batallas emocionales en una hoja de papel. Y el amor que siento por ti no se ha desvanecido. Es un constante compañero de mi batalla contra la vida. Dejo de ser mi amigo hace ya mucho tiempo y finalmente hicimos las paces en algún momento. Pero jamás me abandono. Acá sigue, a mi lado, preguntándome si se de ti.
atte. Apolo
¿Alguna vez has visto al cielo, al errático movimiento de las nubes, lento y agraciado, intentando interpretar sus intenciones y llegando a la única conclusión, de que jamás podrás entenderlas? Así me siento cuando estoy contigo. Como si pudiera pasar durante horas, volviendo día tras día, por muchas semanas, a lo largo de muchos meses, con el pasar de muchos años y jamás podría entenderte. Esa extraña sensación que me recorre, cuando pienso en la enorme libertad que tienes. Porque lo eres, al menos conmigo, eres libre de ser lo que quieras y hacer lo que quieras, mientras sea lo que tú quieres. En verdad eres libre y esa libertad me resulta abrumadora. No es que te tema, le temo a lo que puedo llegar a sentir, pero he llegado a hacerme amigo del miedo. Cuando me siento en su compañía, frente a un café y el humo de mi cigarro, lo veo a los ojos y juego a las apuestas con él, para ver quien tendrá la razón al final del trayecto. Te podría decir, que no me preocupa que te marches. Que he visto tantas veces partir a las personas, que he tenido que decir adiós tantas veces y muchas otras me he quedado con las ganas de decirlo, que incontables veces he vuelto la mirada para descubrir que quien estaba se ha desvanecido. Te podría decir que estoy tranquilo disfrutando del tiempo que nos toque convivir, que he madurado y que sé que las personas tienen un tiempo de bendición en nuestras vidas, que cuando ese tiempo se acaba deben marcharse, pero todo eso sería una gran mentira. Hay un nudo en mi garganta cuando piense en el día en que ya no estarás al otro lado del cristal. Cuando pienso en el día en que ya no sentiré tu lejana presencia. Por eso evito el pensamiento, para no preocuparme por el final y solo disfrutar del viaje. Porque por extraño que parezca, aun cuando estamos en silencio, apartados el uno del otro, sé que estas allí y eso, de alguna forma, me reconforta. Quisiera que me vieras llorar para que sepas que soy tan humano como tú. Quisiera ver tus lágrimas para saber que no me equivoco. Quiero que tomes un martillo o un mazo, si prefieres usar tus manos no importa, y derribes cada una de las murallas que he levantado alrededor de mi alma, con las que he construido un laberinto, del cual todos pueden salir, pero pocas personas han conseguido entrar sin perderse entre los jeroglíficos que dibuje en las paredes. Quiero que tomes cada uno de mis miedos y los tritures con tus largos dedos. Quiero que tomes mis esperanzas e ilusiones y las tritures con la fuerza de tus propias pasiones. Quiero ver como pasas sobre mis sueños con paso de conquista y lo aplastas. Quiero ver como destruyes mi intangible corazón. Ese corazón que no es más que un espectro; un niño fúnebre sentado sobre su propia tumba, cavada con los huesos de amores perdidos. Quiero que tomes mi mano y desmorones mis defensas. Que desquebrajes cada una de mis convicciones. Que me demuestres que me equivoco y el mundo no está plagado de egoísmo y rencor. Táchame de loco si eso le da sentido a mis palabras o llámame un niño si eso te sirve para tomar una decisión sobre mí. Parecerá contradictorio la manera en la que te ruego que termines de lacerarme o me sanes de mis heridas, pero es que no me importa lo que hagas, solo quiero que lo hagas. La verdad es que no sé quién eres y aun así siento que te conozco. La realidad es que no sabes todo lo que escondo, porque has visto esbozos de mis rostros. De los seis rostros taciturnos que se sientan alrededor de una mesa hexagonal, intentando decidir si avanzar o girarse y volver atrás. Si te pido mucho, no hagas nada. Si sientes que no vale la pena, solo vuelve sobre tus pasos. Pero hagas lo que hagas la decisión ya está tomada. Serás tú, quien romperá lo que hay en mí. Ya sean mis miedos y decepciones o lo que queda de lo que alguna vez fueron sentimientos y emociones tan hermosas. Solo quiero que lo hagas. Que me tomes y me veas a los ojos. Que sonrías y estés convencido que no quiero hacerte daño. Que me rompas y me marques con tus dedos. Que me cambies para siempre y yo te haga sentir vivo.
Atte. Apolo.
Happy Saturday 🦶🏼🔥🦶🏼🔥🦶🏼🔥🦶🏼🔥🦶🏼🔥🦶🏼🔥
A los 21 le rogaba al mundo llegar a los 23. Lo rogaba. Como si fuera una meta imposible y como si la vida fuese a ser más fácil después. Los 22 fueron para probarme a mi mismo que podía ser mas mio que de alguien más y los 23 fueron para volverme a equivocar y desatar a la peor versión de mi software que ha existido.
El Javier de 22 no soportaría al de 24, se enamoraría del de 25, mataría al de 26 y sentiría pena del de 27.
El Javier de 24 tuvo esperanza, el de 25 tuvo dudas, el de 26 decepciones y el de 27 soledad.
Que terrible es la nostalgia cuando estás seguro de que no haces falta.
La irreprocidad emocional es un tipo diferente de herida que no deja de doler, solamente se aprende a vivir con ello. Cómo una quemadura incandescente. Que no te odie quien odias, que no te ame quien amas y lo peor de todo: que no te extrañe a quien te hace tanta falta.
Que extraño tener 27 cuando pensé que moriría antes de los 23. Aunque esta perenne sensacion de muerte, frío y entumecimiento va creciendo con los días.
Pero sigo muerto.
Quiza si morí a los 23.
Quizá soy un fantasma.
Quizá solo necesito un exorcismo, un club de rezadoras católicas con sus rosarios y una esquela circulando en historias de Instagram para terminar de desprenderme de la vida.
Quizá sigo,
Pero sigo muerto.
Mientras avanza, lenta, grácil. Con la elegancia de las rosas al florecer. Mientras camina, segura, distraída. Con la perfección de las gotas al llover. Mientras pasa, con los dorados mechones de su cabello, que conforman un manto suave cual seda y sus manos pérdidas en sus gestos misteriosos. Su conducta es tan curiosa, como tersa su piel. Con sus ojos profundos fijados en un horizonte desconocido y sus pequeños pies trazando una danza que no está escrita. Es entonces, cuando la veo. El mundo a su alrededor parece respirar, al ritmo al que palpita su corazón. Todo el mundo respira al unísono con ella cuando pasa, excepto yo. Yo que contengo un suspiro, un suspiro cargado de la excitación del instante. Cargado del anhelo de un contacto inexistente, de un roce de nuestros labios o de un encuentro de nuestros dedos. El viento revoloteando alrededor de su cuerpo, mientras el aire se aglutina en mi garganta. Mientras el corazón del mundo se detiene, para contemplarla, el mío se acelera, queriendo escapar o alcanzarla. Una lágrima invisible se escapa de mi alma de porcelana. Un susurro inaudible escapa de mi voz de vagabundo. Los rayos del sol la tocan, de la forma en que yo no me atrevo a tocarla. La envuelven en un velo dorado. Y ella pasa, a mi lado, inconsciente de que el mundo se ha quedado en silencio, sin darse cuenta que mi cuerpo ha gritado su nombre. Ella pasa y se aleja, y yo dejo que el suspiro escape de entre mis labios. Y al verla alejarse se, con certeza, que la amare por siempre, porque el amor es eterno y la eternidad dura un suspiro.
Atte. Apolo.
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Epitáfios
Tengo que disculparme, supongo, por mis ausencias programadas. Por esos periodos de tristeza gris ceniza que son parte del ciclo normal de mi deambular emocional. Esa tristeza gris que se aglomera como neblina espesa que forma nubes, que pasan de difuminar mi silueta a desaparecerla, para luego formar bloques imaginarios pero tangibles. Que te dejan saber que sigo ahí pero en un plano existencial paralelo al tuyo.
Esa sensación de estar rodeado de una burbuja de cristal se ha vuelto cotidiana como la náusea después de ingerir mis medicamentos o el escozor del aire frío en mis narinas por la mañana.
Es como ver un documental en sentido inverso. Los veo viéndome, los escucho comentando, pero se que si me estirará e intentará romper la cuarta pared está no cedería ni al impacto de todo mi cuerpo y tan solo sentiría el crujir de todos mis huesos al fragmentarse con el contundente golpe contra ese muro virtual que me aísla de todos los demás.
Te juro que no he quemado ningún puente. Es solo que el caos de mi mente y está maldición, que mi psiquiatra llama trastorno, dinamitan cualquier estructura que me conecte con alguien más.
No es que me culpe de toda la lista de despedidas, ya sea a gritos o con silencio. Pero no puedo negar que el amarme parece ser corrosivo como la sal.
He sido para muchos trinchera en tiempos de guerra o refugio en tiempos de invierno. Chaleco salvavidas en sus naufragios o cápsula de escape en sus catástrofes. He sido muchas veces el papel secundario en la obra de alguien mas, ese secundario con una sentencia de muerte y capitulos contados en la novela.
Con todos estos lazos rotos por los años tuve que construir un cementerio en mi corazon, donde entierro las osamentas de cada uno de mis vinculos putrefactos. Lo visito a diario y jamás he dejado de ponerle flores a todos los mausoleos. Es que de alguna forma ninguno de ustedes ha dejado de ocupar espacio en mi memoria. Ninguno de ustedes me ha abandonado del todo. Aún hay una parte espectral y eternamente embalsamada de todos los que he amado conservada en mi.
Todavía siguen aquí. Todos siguen aquí. Eso solo hace a la ausencia más terrible.
-Apollo Pontifice-
No escogimos conocernos, pero aquí estamos. No elegimos encontrarnos, pero sucedió. Tu mirada consumió las sombras de mis ojos. Tus dedos se entrelazaron con los míos y tu sonrisa hizo vibrar la misma esencia de lo que soy. Y acá estamos, temerosos, cansados, preocupados. Tan heridos y tan dolidos por nuestro pasado, que aún nos persigue en forma de espectros. Tan agotados y tan frustrados por el presente, que se empeña insistentemente en derribarnos, cual demonios. Tan agobiados y tan ansiosos por el futuro, que no es mas que sombras a lo largo de nuestro trayecto. Quisiera, al igual que tú, detener el tiempo, quizá retrocederlo un poco, pero contigo a mi lado. Correr por el prado solo porque es primavera. Bailar bajo la lluvia buscando el abrigo de tus brazos. Vivir la vida con la intensidad de las sensaciones que puedes provocar en mí. Quisiera detener el tiempo y permanecer estancado contigo, pero sé que no se puede, tú también lo sabes. Los días pasan frente a nosotros cual manada de bisontes, debemos ser hábiles y fuertes para montarlos y no caer. El tiempo fluye velozmente y no se detiene por nada, como un rio inmenso que podría acabar en una cascada. Podría volver a refugiarme dentro de las blancas paredes que he construido dentro de mi alma. Podría escapar a los más oscuros rincones de mi existencia. Pero tú me infundes el valor para enfrentarme a estos espectros, estos demonios, a estas sombras. Si tú tomas mi mano y me sostienes, podre montar los días sin importar cuan salvajes sean. Si permaneces a mi lado construiremos una balsa voladora para remar sobre el tiempo mismo. El calor que emana tu cuerpo y el frio que provoca mi corazón, crean una templanza tan perfecta. Si tú te engañas al creer que yo podre derrotar todo lo que se nos avecina. Si yo me engaño al pensar que contigo podría llegar a sanar mi fragmentado corazón. Si los gigantes que te atormentan parecen ser invencibles, recuerda que yo tengo los propios, imponentes y obstinados. Si tus cicatrices duelen y te dejan desprovisto de valor, recuerda que por cada vez que te han herido, es una vez que a mí me han hecho pedazos. Mas a pesar de lo difícil de la travesía que nos aguarda, estoy dispuesto a marchar de frente hacia ella. Dispuesto a tomar una onda y una piedra, para matar a tus gigantes. Dispuesto a buscar incansablemente la cura para las heridas que te ha causado la vida. Estoy dispuesto a amarte como nunca nadie no ha hecho. ¿Estarías dispuesto a hacer lo mismo por mí? si el mundo entero se nos pone en contra. Si mis vicios que me matan lentamente me consumen. Si tengo que chocar una y otra vez contra las murallas internas de tu ser. Si debo luchar incasablemente durante días, meses e incluso años. Así deba renunciar a mi propia seguridad. Así deba permitir que mi cuerpo muera por pedazos. Incluso si tarde o temprano dirás adiós y me abandonaras. Si yo viviré con la mirada perdida en el horizonte y tú la mantendrás perdida en el camino recorrido. Nada de eso importara mientras me dejes besarte. Mientras me permitas aferrarme a tu cuerpo. Mientras pueda amarte, hare todo lo que deba y lo hare con una sonrisa. Pues la ternura de tus ojos y la dulzura de tu sonrisa. Lo suave de tu piel y lo dulce de tus manías. Lo contradictorio de tus comentarios y lo inestable de tus sentimientos. Pues todo lo que tú eres, provoca en mí una taquicardia acompañada de taquipnea. Una paresia de mi región bucal y convulsiones en todo mi cuerpo. Un sencillo estado de hiperestesia emocional. Pues eres tú, mío carino, quien me hace sentir vivo. Quien me recuerda porque vale la pena luchar. Quien me hace creer que el amar, no está mal.
Atte.: Apolo
Anoche tuve una epifanía emocional. De esas que te golpean de madrugada, que te hacen sentarte en la cama viendo al vacío. Anoche volví a entender esas pequeñas cosas a las que las personas no les dan relevancia, pero que a mí me resultan tan trascendentales. Anoche entendí que no quiero ceder mi lado de la cama y que en este punto de mi vida, mi lado de la cama es la cama entera. Que me gusta acostarme viendo a la ventana cuando me siento soñador y darle la espalda cuando me siento solo. No me molestan las caricias en mi espalda o los abrazos que te dejan sin aliento, pero quiero el espacio para estirar la totalidad de mi alma y contorsionarme.
Anoche entendí que no quiero hablar de mañana, porque entre el ayer que me sofocaba y el hoy que me mantiene en movimiento tengo suficiente fricción. Que quiero guardar mis mañanas para mí, para cuando vuelva a tener sueños con los que llenarlos. Entendí que no estoy solo porque sea mi destino estarlo, que estoy solo porque necesito estarlo. Que cuando la soledad comience a hacerse pesada puedo abrazarme fuerte y no soltarme, que cuando se haga inmensa tengo a mi alcance la luminosidad de aquellas personas que han aprendido a querer toda esta tormenta que cargo dentro.
Y no quiero promesas de amor, que siempre me las paro cumpliendo yo. Que me prometieron llevarme al lago y me lo tuve que presentar yo. Que me prometieron nunca dejarme solo y la compañía ahora me la hago yo. Que me prometieron por siempre amarme y el que toma la decisión diaria de darme amor soy yo.
Es que hasta hablar de amor se me hace demasiado grande. Porque pase tantos años de mi vida dedicándome a amar a otros, explotando las capacidades de mi corazón, siendo un completo ignorante. Porque ahora entiendo bien que nunca he entendido lo que es el amor, porque si no puedo ver las razones para amarme, mucho menos puedo repartir apropiadamente todo ese amor con que me lleno el alma.
Ahora el adiós, que tanto miedo me daba, se ha convertido en mi palabra favorita. Porque lo que siempre vi pintado con el poder de dar finales, ahora entiendo como la palabra cargada con el poder de dar nuevos comienzos.
Y no quiero ceder mis tardes con café y cigarro en mano.
No quiero ceder mi voluntad propia de elegir con quien comparto mí tiempo y mi espacio.
No quiero ceder mi autonomía y tampoco quiero ceder mi espacio en la cama.
Que la cama es mía, que el cuerpo es mío, que el corazón es mío, que el amor es para mí. Que el futuro vendrá y lo dejare llegar, porque cuando lo haga sé que estaré lleno de amor para mí. Pero por ahora, solo quiero fluir, respirar, existir. Por ahora solo quiero disfrutar del poder escoger que lado quiero ocupar en mi cama.
-Apolo (pero en realidad es Javier)-
Pensamientos nocturnos y cosas por el estilo. Javier/Bipolar/SaberQueSexual pero sexual/Causipoeta
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