Suficientemente viejo
Para deberle la mitad de mi vida al estado
Y la otra mitad al plástico del banco
Suficientemente joven
Para que cuestionen lo mucho que se del amor
Lo tantísimo más que se del sufrir
Soy un toro de polvo de recuerdos
Un huracán atrapado en un globo rojo
Un camaleón de plastilina
Hijo de la madre que me pario
Con más dolor en su corazón
Que en sus entrañas
Hijo del padre que me abandono
Sin tartamudear o tocar su corazón
Cuando se trató de su felicidad o la mía
Hijo del padre que me adoptó
Que me amo con el gran miedo
De que yo no lo amara tanto como el a mi
Médico de los cuerpos de mis pacientes
Médico de las almas de mis amigos
Pero nunca médico de mi
Bipolar
Bisexual
Bicolor
Bugambilias
Cactus
Y mi árbol de San juan
28 años de ver a mi gente ir y venir
A mis amigos irse sin despedir
A mis amores arrancar pedazos de mi
Sigo vivo
A ratos sin ganas
A ratos sin intención
Pero sigo vivo
Con ganas de ver mas
Con ganas de amar mas
Porque Dios me dió el talento de amar
Y quiero enamorarme de mil paisajes
Enamorarme de un millón de sabores
Cuando era niño mi papá (el adoptivo) solía
Decirme que yo tenía tres papás
El que se quedó, el que me dejó y el divino
El primero me enseñó a dar todo al amar
El segundo me enseñó a tenerle miedo al amor
El tercero me regaló una capacidad inmesurable de amar
Dónde pongo todo este amor
Que duele si no se da
No sé hacer otra cosa que amar
Que amar y llorar cuando duele
Que amar y sanar cuando hiere
Que amar y sobrevivir cuando mata
-Apolo Pontífice-
Recuerdo bien ese día. Me encontraba yo entre la sociedad, entre una multitud de rostros. Muecas despreciables y engañosas. Bocas torcidas y gestos perversos. Miradas heridas y tristes, tantas miradas y entre todas esas miradas, estaba la tuya. Me mirabas y mi mundo entero parecía concentrarse en esos ojos. En el único par de ojos que no huían de la oscuridad de mis pupilas. Allí estabas, sonriendo. Con tu sonrisa triste y cansada, tan tierna que estremece cada fragmento de mi quebrada existencia. Allí estabas tú, parado en medio de la nada, tan solo. Allí estaba yo, temblando de frio y cansado de vivir, completamente abandonado. Ambos rodeados de tantos rostros vacíos. Ambos acompañados únicamente de la soledad.
El sol entraba a través de cristales empañados con lágrimas secas. Recuerdo que apenas pude sostener la intensidad de la conexión entre nuestros ojos, pero fue suficiente para que tu rostro quedara grabado en mi memoria y tu sonrisa en mi corazón, mi temeroso y débil corazón. Ese momento domino completamente los torcidos pensamientos de mi cabeza durante todo el día y lo escondí, en lo más recóndito de mi mente. No quería que nadie viera. Poco me imaginaba que ese día comenzaría lo que sería, la más intensa de mis aventuras hasta ahora. Me encontraba yo tan frágil y débil en ese momento. A penas habiendo salido de una cruenta batalla en que mis sentimientos habían salido desgarrados. Tu solo me mirabas. La verdad no sé cuánto tiempo lo hiciste, pero la sensación que embargaba todo mi ser se mantuvo en el ambiente por el resto del día.
Recuerdo que los días pasaron y que poco a poco la sensación se fue apagando, hasta desvanecerse. Caminaba yo sin pensarlo. Vivía solo porque no estaba muerto y me movía con las masas, pensando en tantas cosas que al final no pensaba en nada. Solo quería una respuesta y entonces, allí estabas. Sentado, tan tranquilo y me mirabas. Tu mirada parecía penetrar en mí ser y perderse en el interior de mi debilidad humana. Sonreías y yo no podía dejar de verte temblando. Me sentía tan vulnerable e indefenso, pero tampoco sentía necesidad alguna de protegerme. Mi corazón convulsionaba en mi interior y por unos segundos, me volví a sentir tan vivo.
Recuerdo que los encuentros entre tu mirada y la mía se repitieron varias veces. Cada uno era igual de intenso que el anterior. Cada uno me hacía pensar más y más tiempo en ti. Preguntarme quien eras y que era lo que buscabas en mis ojos. Aun así no me preocupaba. Tenía tanto encima que no tenía tiempo para sentirme atrapado por ti, puesto que me sentía amordazado por mis pesares y mis culpas. Aun así cada vez que te miraba me sentía más tranquilo, porque de alguna manera sentía que nos acompañaba la misma soledad y que eso de alguna manera, significaba que nos acompañábamos mutuamente. Al menos así me sentía yo.
Recuerdo que el día que eso cambio el sol me quemaba los ojos. La nicotina aun transitaba mis venas y la risa salía forzosamente por mi garganta, no era más que un ejercicio para no perder la habilidad. Yo escuchaba las voces que me rodeaban y tenía la mirada perdida en el paisaje. Entonces paso. Tu esencia se difundió por el aire y en el instante sentí tu mirada sobre mí. Te veía sonreír y tú me veías temblar, aunque no sabías que estaba temblando. Me sonroje y no te pude quitarte la vista de encima. Cuando desapareciste recuerdo que me quede tan vacío y tan intrigado. Ese fue el día en que comencé a buscar tu mirada. Cada vez que caminaba entre las personas, que me sentaba bajo la sombra o que inhalaba un poco del aliento de la muerte, buscaba tus ojos. Solo quería volver a sentirme vivo.
Recuerdo que los días pasaron y tus ojos no se asomaron, hasta que me encontraste. Sabias mi nombre y ahora yo conocía el tuyo. La emoción era embriagante y no sabía que sentimiento era más fuerte, el miedo o la alegría. La intensidad de lo que tus ojos provocan en mi me atemoriza, pero la belleza de la sensación que dejan me hace sonreír esperanzado. De repente luchaba con una imagen en un monitor, intentando buscar en ella el mínimo rastro de lo que tus ojos provocan en mí. Durante horas estuve observando tu imagen, deseando encontrar en ella algún indicio del porqué de esta conexión. Al día siguiente todo lo que quería era verte y que tu no me vieras. Quería observarte desde la distancia y solo verte pasar. Verte sonreír. Ver que estabas vivo y averiguar si eso me hacía sentir igual de vivo. Me encontraba en un dilema en que no quería verte porque no quería me vieras y al mismo tiempo moría por hacerlo porque necesitaba observarte.
Recuerdo que, por cosas de la vida tu presencia parecía atraerme, pues te encontré. Estabas de espaldas y yo solo me paralice. Te observaba leer y esforzarte por aprender alguna lección. Por un momento pensé en sentarme a tu lado y solo verte, sonreír y luego marcharme. Sin embargo el miedo era más fuerte que el deseo y comencé a huir silenciosamente. Aun así tu tienes un efecto adictivo sobre mí, pues las ganas de sentirte cerca solo aumentaron. Cuando volviste a aparecer y me viste, apenas pude aguantarte la mirada. Comencé una lucha masoquista entre la opresión de tus ojos sobre mí y mi enorme deseo de verlos. Te posicionaste de tal manera que nos separaba una puerta de madera y lo único que podía ver eran tus pies. Comencé el fracasado intento de leer tus pensamientos por medio de tus pasos. Me preguntaba si me habías visto, si querías verme. Como todo tiende al equilibrio en esta vida, de la misma manera en que apareciste, te desvaneciste. De repente no estabas y yo me quedaba tan vacío. Con ganas de salir corriendo a buscarte.
Recuerdo que esa noche charlamos. En cuanto vi tu mensaje el mundo parecía contraerse y luego explotar entorno a mí. En cuestión de segundos calcule cada posibilidad, cada respuesta y sencillamente te respondí. Yo te pregunte el “por qué” que tanto me atormentaba y tú frenaste mi impulsividad. Propusiste un juego que me resulto de lo más encantador, después de tanto tiempo sin jugar la experiencia me parecía fascinante. Recuerdo que tú preguntabas y yo respondía, que posteriormente los papeles se invertían. Yo media cada pregunta, la planificaba intensamente y a través de preguntas aparentemente simples intentaba leer las palabras escondidas de tus respuestas. En contraste total con mis preguntas, mis respuestas en cambio eran totalmente espontaneas, tan sinceras y tan honestas, que dejaban al desnudo todo mi ser, pero nunca sentí necesidad de cubrirlo. Hablar contigo me resultaba tan natural.
Recuerdo que las preguntas lentamente iban aumentando de profundidad y sin avisar todo sencillamente exploto. No sé quién de los dos detono la bomba, solo sé que ambos la armamos. Nuestra tristeza, nuestra soledad y nuestros miedos comenzaron a brotar como hormigas defendiendo su hogar, pero no peleaban entre ellas, si no que de alguna manera parecían complementarse. La sinfonía de tu boca y los versos de la mía parecían formar una bella pieza musical. Esa noche acordamos vernos al día siguiente y yo no sabía que esperar de esto, de ti, de mí.
Recuerdo que me levante muy emocionado. No sabía ni que ponerme y tampoco importaba realmente, solo esperaba que hiciera que me vieras. El camino se me hizo eterno y deseaba no ser gato, sino ser un águila o al menos un colibrí, para salir volando y evadir los obstáculos terrestres. Cuando te vi deseaba sorprenderte, no tenía idea de qué hacer cuando te tuviera cerca, pero intente acercarme sigilosamente. Aun así mi nerviosismo y mis ganas de ver tus ojos parecieron delatarme. Por primera vez hice contacto con tu piel y aunque solo fue por unos segundos que tu mano choco con la mía, grabe la sensación en mi memoria para el resto del día, quizá para el resto de la vida.
Recuerdo que entramos a un salón y nos retiramos al fondo. Tú comenzaste a pelear contra el silencio contándome de tus aficiones. Yo solo quería verte hablar y grabar tu voz en mi memoria. Escuchaba atentamente a todas tus manías y tus excentricidades. Atentamente veía y oía todas tus peculiares aficiones que me parecen tan bellas y tiernas. Tu mirada ya no me hacía temblar, pero aún me hacía sentir muy vivo. Me preguntaba cómo se sentía tu piel y cuál era el olor de tu cabello. Me cuestionaba que pasaba por tu cabeza. Salimos de allí y nos fuimos a sentar. Me senté primero deseado que te sentaras a mi lado, en cambio elegiste poner una mesa de muralla entre nosotros. Pensé por un momento cambiarme de lugar, pero no quería incomodarte, pues ya conocía tus miedos. Recuerdo que terminamos hablando de tus temores y solo conseguiste remover en mí el recuerdo de cómo me sentía yo cuando los tenia.
Recuerdo que me dijiste que lo que querías era un amigo, no era que no desearas otra cosa, sencillamente preferías un amigo y quizá, solo quizá, podría ser que algún día de una amistad saliera algo más. Notaste la decepción en mi mirada o la escuchaste en mi tono de voz, no sé qué fue lo que me delato. Yo solo te mentí con la verdad. Al final te dije que lo único que quería era darte lo que querías, lo cual es cierto. Te dije que lo mejor que podía hacer seria acompañarte, lo cual es verdad. Te dije que sabía que tarde o temprano me lastimarías, de lo que estoy seguro. Te dije que eso no significaba que me alejaría de ti, cosa que es un hecho. Lo que no te dije, era que en el fondo moría por besarte. Lo que no te conté, era que yo tengo más miedo que tú, pero yo tengo más experiencia ocultándolo. Lo que te oculte es que en el fondo, solo soy un niño asustado que ruega por un poco de amor reciproco. Porque si, mi corazón funciona de manera diferente de la del resto de personas. Nunca he necesitado que me quieran para querer, ni que me amen para amar. Quiero por decisión propia, amo por razones de mi corazón. En lo que te mentí, fue cuando te dije que no estaba decepcionado, porque si lo estoy, profundamente decepcionado… de mí. De no poder hacer más. De no poder arrancarte el miedo como quisiera. De no poder demostrarte que el amor no se elige y que venga de donde venga, el amor es amor.
Recuerdo que comencé a pensar en cuanto tiempo pase en el mismo dilema que tú. Por un momento comencé a discutir con todas las voces de mi cabeza intentado decidir si debía alejarme por ti, por mí o no debía hacerlo. Sencillamente concluí que era tonto pensarlo puesto que, aunque quisiera alejarme, aunque me lastimara estar contigo, ya era adicto a tu presencia. No importa lo que pase, va en contra de mi naturaleza abandonar a las personas. Tome tu mano por primera vez y solo quería entrelazar nuestros dedos, pero no quería aferrarme a ti. Comencé a leer cada uno de tus falanges sin decirte una palabra de lo que halle. Tú escribiste mi nombre en tu cuaderno y me lo regalaste. Subestimaste el valor que yo le doy a las cosas insinuando que podía desecharlo si quería. Realmente no te imaginas que las cosas más simples son las que más valor tienen para mí. No tienes idea alguna de lo que esa hoja significara para mí el resto de mi solitaria existencia.
Recuerdo que nos levantamos y caminamos otro rato, buscando un sitio que no tuviera una barrera entre nosotros. Volví entonces, después de mucho tiempo, a un sitio donde había dejado muchas emociones. Donde había derramado muchas lágrimas. Donde había dado tantos besos. Donde me habían apuñalado no por la espalda, si no lentamente por el pecho. Mas el estar contigo, hacía que no importara. El dolor de esa herida parecía haberse desvanecido ya para siempre. Tú cortaste una flor de un árbol y me la regalaste. Sentí su aroma y comencé a pensar tantas cosas. ¿Los hombres se regalan flores? Esa flor. Esos pétalos amarillos me parecieron un regalo tan extraño, peculiar e inusual. Aun así, me parecía el regalo más sencillamente tierno y lindo que alguien me haya hecho. Jugué un rato con la flor en mi mano y la guarde. Me trague las ganas de llorar y comencé a abrir aún más mi corazón contigo, esperando así sacarte un poco de tristeza, al meterla dentro de mi alma. Mis esfuerzos fueron en vano pues éstas fuertemente sellado.
Recuerdo que fui sincero contigo y te conté mi propósito en este mundo. Te hable de lo triste que se ha vuelto mi vida y de cómo he dejado de interesarme por ella. Te revele que mi principal propósito en este momento es hacerte sonreír de verdad. Tu solo me abrazaste. Yo moría por hacerlo también. Por aferrarme por un momento a ti y sentirme seguro, a la vez que te protegía. Pero sabía que si lo hacía terminaría llorando en tu hombro y quizá no podría controlar las malditas ganas de arrancarte la tristeza. Me calle tantas cosas y solo te pedí que me dejaras acompañarte. Nos ocultamos de la lluvia y nos sentamos un poco más cerca. El calor de tu cuerpo parecía tener un efecto hipnótico sobre el mío. Bese tu mejilla y tú te recostaste en mi hombro. Te rodee con un brazo y tomaste mi mano. La besaste y yo quería llorar en ese momento. Termine recostado sobre tu pierna y charlamos otro rato. Tu intentabas decirme algo de muchas maneras diferentes y yo no entendía nada de lo que decías, estaba muy ocupado traduciendo el único lenguaje que sé que no puede mentir, el de tus ojos. Parecías sentirte feliz o al menos contento. Esperaba así fuera, eso me hacía sentir un poco mejor conmigo mismo. El tiempo pareció escaparse de mis manos y llego la hora en que te marchaste. Cuando te fuiste y te vi alejándote, solo sentía como gradualmente me arrancaban la sensación de estar vivo y pasaba a un profundo estado catatónico.
Recuerdo bien todo esto. Ahora me acompañara por toda mi vida. Solo espero que no sea el final de nuestros recuerdos, pues hay mucho que quiero hacer contigo. Tanto que voy a mostrarte. Solo espero que me lo permitas. Quisiera que entendieras que cuando te veo a los ojos y te sonrió tiernamente, es porque cuando hago eso consigo enterrar mis lágrimas dentro de mí. Quisiera que supieras que cada vez que suspiro es un beso que no te doy, aunque muero por hacerlo, pues sé que es quizá el método más eficaz para extirpar la depresión. Quisiera que vieras las cosas como yo, pues no puede ser que el amor, que no daña a nadie más que a quienes lo sienten, este mal. Quisiera que me creyeras cuando te digo que yo solo quiero hacerte feliz y no podría hacerte daño ni abandonarte. Quisiera estar contigo y nunca dejar de sentirme vivo. Quisiera, solo quisiera, saber porque es tan malo es que los hombres se regalen flores. Quisiera tanto decírtelo. Decirte este sentimiento inexplicable que comienza a quebrantar mis murallas nuevamente buscando salir. Pero sé que no me creerías. Yo tampoco lo creería de no ser porque lo siento. Porque no puedo evitar sentirlo. Aunque acabamos de conocernos. Aunque para ti este mal. Aunque tus temores sean tan enormes. Aunque yo esté tan quebrado. Aunque el mundo esté en contra de ello. Aunque tú no puedas creerlo. Aunque parezca completamente imposible e ilógico que suceda esto tan rápido. Aunque tú no quieras que pase todo tan aceleradamente. A pesar de todo eso no puedo evitar sentir, que de alguna manera, la profunda tristeza de tus ojos y la soledad que compartimos. Lo hermoso de tu ser y las sensaciones que provocas en mí. La flor que me regalaste y mi nombre en tu cuaderno han provocado que yo me esté enamorando, tan alocadamente, como mi corazón hexagonal puede hacerlo.
Atte.: Apolo.
Estoy en ese punto de la noche, dos o tres horas después de que el papel se disolviera en la punta de mi lengua y que la dosis comenzará a producir ese curioso efecto en que puedo sentir las fluctuaciones de las dosis asociadas de THC que añado a la mezcla repetitivamente. Mis pupilas comienzan a examinar los rincones de la habitación bajo los efectos de las luces neon con la música Dance acaparando mis oídos mientras siento esa extraña vibración en mi piel y el vértigo placentero de perder el control.
Es entonces que percibo que hay muchas sombras de mis vidas que ya no son o nunca fueron en mis cuatro paredes. Fotos, arañones en la pared, lágrimas o rocío, plantas, planos y fotos y cartas.
Todo ruinas de desesperados intentos de amar y ser amado. De salvar y ser salvado.
Todos anhelamos salvación supongo. Pero tampoco hay nada de que ser salvados en realidad. Ni nada que salvar . Pero queremos sentirnos asi.
- S a l v a d o s -
Quizá por eso mi mente se aferraba tan intensamente al amor o a mi idealización del amor.
Porque llegó a estar tan rota que era lo único que le permitía anclarse a sobrevivir. Podía sentir su felicidad danzando sobre mi pie,l eso era literalmente como se sentía el amor para mi.
Pero cuanto más se sufre la resaca del amor que la de estás 300 micras de lucidez. Al menos con estas 300 micras no fantaseo con la salvación ficticia del mal inexistente. Yo soy mi único enemigo. No necesito salvarme de mi. Solo amarme.
Apollo Pontifice
OMAR AYUSO — BUTT Magazine (2025)
Cero, abrí los ojos. A los 5 no entendía porque mi madre lloraba tanto. Lloraba cuando estaba molesta, lloraba cuando estaba feliz, lloraba cuando sencillamente estaba. Odiaba verla llorar. A los 6 me sentía torpe. Me caía tan a menudo, me mandaban a callar aún más seguido. Torpe para caminar y para hablar. A los 8 no entendía porque tenía que tener tres padres. Al primero lo entendía, todos tenían uno… casi todos. Al segundo, al del cielo, lo entendía, o eso creo; era el que todos tenían. Al tercero, a ese no lo entendía. ¿Para qué? A los 11 ya no quería ser yo. Quería ser alguien más. Alguien que llorara menos. Me odiaba cuando lloraba. Necesitaba ser más fuerte. A los 12 decidí ser menos bueno. No era bueno para eso. Ni si quiera podía elegir como ser. ¿cómo pretendían que eligiera quien quería ser? Ni si quiera sabia quien quería ser. A los 13 quería enamorarme. A todos parecía gustarles. No funciono. No sabía buscar, porque no sabía que eso no se busca. Eso te encuentra. Ojalá no me hubiera encontrado después. A los 14 me odiaba. No solo al llorar. Odiaba verme caminar. Odiaba escucharme hablar. Odiaba verme sonreír. Odiaba sentir eso que mis papas odiarían si lo supieran. Por eso no sonreía, por eso no hablaba, por eso evitaba sentir. Lo peor era sentir, eso me hacia sonreír. A los 17 me encontró eso que ya no quería encontrar. Me dio un golpe rotundo en la cabeza y me saco del circulo que dibuje a los 14, pero fue bueno. Al principio fue lindo, fue algo hermoso seis meses, luego dolió. Dolió durante meses. dolió durante casi seis meses. A los 18 el cambio piso el pedal del acelerador. Mi vida cayo por una pendiente y no llevaba frenos. Mi autoestima murió. Curioso, parece ser que tenía autoestima. Poco a poco comencé a ver toda la realidad que tenía colapsar sobre sí. “Aguanta hasta los 23”, me dije. “Aguanta un poco más, No todo es tan malo”, Que iluso. A los 19 mis padres se enteraron. Como les dolió. Como me dolió que les doliera. Odiaba lastimarlos. No era mi intención y tampoco podía hacer algo al respecto. Intentar cambiarlo me hubiera dolido también. ¿Cuándo ambos extremos del arma duelen, por donde la tomas? A los 20 pensé que podía confiar en las personas. Pensé que ya estaba listo para sentir con todo y dejarme llevar. Vaya que lo sentí todo. Cuando mentiste, cuando no te importe, cuando me echaste la culpa, cuando te arranque de mí, cuando ellos se marcharon. “los amigos no existen”, me dijo mi madre. Ese día al fin supe porque llora tanto mi madre. Ese día fui yo el que lloré, ella odiaba verme llorar. Ya casi son 21. Sigo sin saber si estoy parado en el lugar correcto. Sigo sin saber hasta dónde confiar. Los amigos no existen, aunque tengo uno que otro. ¿Hasta dónde existen? ¿la existencia tiene un límite? Ya casi otro año y no estoy seguro de adónde voy… al menos te tengo conmigo. Aguántame hasta los 23, déjame ser un iluso.
Atte. Jasper
Había sucumbido a un sombrío letargo, de profunda melancolía. La terrible decepción de quien entrega un corazón puro y entero, para recibir devuelta un saco lleno de fragmentos y polvo. Había perdido mi voz gritándole a oídos sordo lo que era el amor y la alegría. mis ojos ardían sin poder llorar una lagrima más. Mis sentimientos me pedían con alaridos que acabara con su sufrimiento y mi mente me juzgaba por cometer tantos errores, de los que ella siempre me advirtió. Le dije al amor que se marchara y jamás regresara, este me vio con una risa burlona y se dio la vuelta. Hable con la luna y le jure que no volvería a tener otra amada más que ella. Hice mi vida, un planificado esquema para mí, solo para mí y mis sueños. Y entonces puse a mis emociones a dormir. En una tumba de piedra, bajo un monumento de mármol. Espere al frio, para que las puertas se sellaran y no volvieran a ver la luz.
Vi mi obra concluida, sentado en un barandal, mientras un cigarro se consumía con el tiempo y mus pulsaciones… y entonces lo escuche. Una voz entre la niebla. Y la vi, una mirada perdida. Me perdí en esos ojos de alegría e intente descifrar ese canto que oía. La curiosidad me derroto e intente acercarme a ti. Quería verte, sentir tu esencia y luego marcharme… pro me viste, me hablaste y yo no pude evitar escucharte. Sonreíste y me cautivaste. Cada hebra y cada hilo que sostiene los restos de mi corazón vibraron, con la melodía de tu sonata. No pude detenerlo. Los despertaste. Mis sentimientos crecieron hasta que sus tumbas colapsaron. Se desbordaron por las puertas y me hallaron. Ya no hubo frio, sino un calor, que me llenaba el pecho. Temblé de pánico, pues ya conocía esta sensación y sabía que lo que le seguía era dolor. Quise correr y esconderme, pero no pude ocultarme de tu belleza. No pude hacerlo. Quede atrapado entre la melodía de tus pupilas. Me enamore, tan sencillo como eso. En lo que pareció como un segundo, te quise como si te hubiera extrañado toda una vida. Entonces todo el dolor que había tenido parecía tener sentido. Como si cada tropiezo en el camino me hubiera pulido, entrenado, preparado para encontrarme contigo.
Quiero sentir el terso toque de tus dedos sobre mi piel. El suave roce de tus labios sobre los míos. La dulzura de tu voz en mi oído. La fuerza de tu mirada sobre la mía. Quiero que derritas el frio de mi corazón con el calor del tuyo. Que mis latidos bailen al ritmo de tu sonata. Quiero aprender a bailar al compás de tu vida. Solo sé que quiero que me quieras como yo quiero estar contigo. Sanaras las heridas de mi corazón o marcaras cicatrices sobre mi piel. Terminaras de asesinar a estos moribundos sentimientos o encontraras la manera de devolverles la vitalidad que han perdido. Serás tú mi último intento de alcanzar el amor. Serás quien definirá la dirección de mi alma. Ya sea la eterna resignación a una vida de soledad o la compañía de tu alma por el resto de sus días.
Atte. Apolo
Pensamientos nocturnos y cosas por el estilo. Javier/Bipolar/SaberQueSexual pero sexual/Causipoeta
116 posts