Estoy en ese punto de la noche, dos o tres horas después de que el papel se disolviera en la punta de mi lengua y que la dosis comenzará a producir ese curioso efecto en que puedo sentir las fluctuaciones de las dosis asociadas de THC que añado a la mezcla repetitivamente. Mis pupilas comienzan a examinar los rincones de la habitación bajo los efectos de las luces neon con la música Dance acaparando mis oídos mientras siento esa extraña vibración en mi piel y el vértigo placentero de perder el control.
Es entonces que percibo que hay muchas sombras de mis vidas que ya no son o nunca fueron en mis cuatro paredes. Fotos, arañones en la pared, lágrimas o rocío, plantas, planos y fotos y cartas.
Todo ruinas de desesperados intentos de amar y ser amado. De salvar y ser salvado.
Todos anhelamos salvación supongo. Pero tampoco hay nada de que ser salvados en realidad. Ni nada que salvar . Pero queremos sentirnos asi.
- S a l v a d o s -
Quizá por eso mi mente se aferraba tan intensamente al amor o a mi idealización del amor.
Porque llegó a estar tan rota que era lo único que le permitía anclarse a sobrevivir. Podía sentir su felicidad danzando sobre mi pie,l eso era literalmente como se sentía el amor para mi.
Pero cuanto más se sufre la resaca del amor que la de estás 300 micras de lucidez. Al menos con estas 300 micras no fantaseo con la salvación ficticia del mal inexistente. Yo soy mi único enemigo. No necesito salvarme de mi. Solo amarme.
Apollo Pontifice
Los días pasan como la cuerda de una guitarra. Lineal, delgada, frágil. Pero no quieta, sino vibrante. Moviéndose con el ritmo de los dedos del creador, o del destino, o en mi caso del amor. Desde un bolero de enamorado, locura ciega y valentía. Hasta la más triste composición de blues, melancolía oscura y desesperanza. Los días pasan como la cuerda de una guitarra y a veces la cuerda sencillamente se rompe. Yo estoy hipnotizado bajo esta melodía, danzando. Incauto, inexperto, pero sin miedo. Con los ojos vendados y las manos atadas. A gatas sobre las brasas o arrastrándome en la nieve. Mas no me importa por cuantos oscuros acantilados deba desfilar. Cuantas bestias de tres cabezas halla al frente. No me importa. Yo seguiré danzando. Pues el gozo de tu presencia, todo lo vale. El éxtasis de tus besos, todo lo sanan. Por esa razón no me importa cuántas marcas pueden haber dejado en ti las contiendas sobre un tablero de ajedrez maldito. O las ilusiones de un nómada de tres letras. Así muera ahogado en la neblina de tu pasado. Así muera ardiendo en el fuego de tu rencor. Moriré feliz de haberte amado…
Atte. Apolo.
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Cortina de polvo. Fue como una cortina de polvo disipándose a mi alrededor. Como si hubiera terminado una batalla o el estallido de una bomba y solo hubiera quedado el polvo. Flotando alrededor, ocultando el resultado, cubriendo el daño. Esa es la aproximación más correcta para aquella sensación. Aquella que quedo cuando hubo terminado tu partida. Conforme se fue asentando el polvo, comencé a comprender el dolor. Los escombros, las ruinas, las casas vacías y el cadáver. ¿Y después? Confusión. Una confusión que desespera, que frustra, que aterra. Esa duda que atormenta, que me quito el sueño por días que se encadenaron en semanas. Ese insomnio que convierte mi colchón en una cama de clavos. ¿Por qué tú?
¿Si entiendo como entre a la habitación, porque no encuentro la salida? ¿Si se porque te llegue a amarte no puedo encontrar la solución para superarte? Si poseo las razones que rompieron con nosotros, si tengo en mi calendario el momento exacto en que nuestra promesa se despedazo; si se hasta aquellas cosas que crees que no se, que no le dije a nadie, que no llegue ni a reclamarte a ti ¿por qué no encuentro la fuerza de voluntad que supere la fuerza suicida que obliga a mi mente a revivirte día tras día en mi memoria? ¿Por qué sigo perdiendo esta competencia de pulsos emocionales? ¿Si tengo suficientes demonios que consumen mi paz mental, por qué eres tú el que se resiste al exorcismo? ¿Si no eres el primero que me rompe el corazón por qué eres el que me resulta irreparable?
Lo discutí continuamente, podría jurártelo si alguno de nosotros creyera en los juramentos, con cada elemento de mi fragmentado yo. ¿Es que fue un amor superior? ¿es que fue una herida mortal? ¿es que es demasiado pronto para sanar? Hipótesis, teorías; todas falsas, todas tan vacías. ¿es que la respuesta está en ti y yo como un necio la busco en mí? Me arrinconaste hasta el punto de tener que revolver entre mi pasado para encontrar la respuesta en un antiguo amor. Me llevaste a la decisión de descoser mis heridas para descubrir la diferencia. Pero hasta ese esfuerzo me resulto en vano. Un paso a un callejón sin salida.
Porque no, no fuiste el primer amor ciego y sin medidas. Porque mi primer amor, aquel que despertó una niña fúnebre con piel de porcelana y ojos llorosos, fue tan intenso como el tuyo. Tan desmedido, tan irresponsable como el que te di a ti. Porque le perdone heridas más grandes a ese amor. Porque no, no fuiste más consciente que el amor de mi vida, ese que sentí por aquel niño nervioso y autodestructivo, que ocultaba su mirada tras ilusiones y las marcas en sus muñecas tras sonrisas. Porque también con él era consciente de quien era él. Sabía que se iría, sabía que algún día me faltaría. Así como sabía que tu jamás podrías dejarme entrar, dejarme llegar y crecer en tu corazón.
Me sentí entonces sin fuerza. Sin motivación para olvidarte. Me sentí entonces acorralado y sin salida. Sentí entonces la desesperanza de la derrota y sucumbí ante la única opción de la aceptación. Fue entonces cuando lo comprendí. No fue la batalla ni la herida. no fue la historia ni la razón. No fue que fueras más o yo pudiera menos. Fue el resultado el que te hacia tan persistente. Tan aparentemente eterno. Por primera vez en la crónica de mis amores. Fue la derrota y mi inexperiencia. Mi pecado de soberbia me traiciono y olvide que jamás se es muy viejo para vivir algo nuevo, ni muy experimentado para aprender. Tu lograste vencer mi amor por ti.
Tus heridas, pequeñas y constantes, como cortes de papel. Tu silencio implacable, tu orgullo de macho, tu incapacidad de ceder. Tu desconfianza y tus traiciones. Todo tú se empeñó. Todo tu lo logro. Me derrotaste en mi juego favorito. Me derrotaste en este juego de amar. Alcanzaste destruir el amor que sentía por ti. Despedazaste toda esperanza de hacerlo funcionar. Me desarmaste. Me llevaste al límite. Conseguiste lo que nadie más había podido. Me venciste y no supe reconocer la derrota. En cuanto comprendí eso supe el fin de esta guerra. En ese momento entendí que, para curar la herida, debía aceptar la derrota. ese momento en que entendí que fue mi amor por ti el que extendió la batalla y que cuando este murió, fue mi amor por mi el que me salvo de la extinción.
Qué extraña sensación esa paz que te trae el ser vencido. Qué extraña satisfacción conlleva aceptar la derrota. Qué triste consuelo me trae ver morir al panda.
Atte. Apolo.
¿lo sentiste? ¿Al morir, lo viste? Siempre he considerado que la belleza de lo efímero yace en que el dolor que produce el final, solamente realza la hermosura del momento. los humanos siempre tan enamorados de la tragedia. Estarás de acuerdo conmigo al decir que fue una muerte dulce y suave, como el batir de alas de un colibrí. Pero debo decirte que no la considero una muerte limpia, la manera tan política en que lo manejamos, como dos rivales que se conocen tanto que toda contienda está destinada al empate, me resulta repulsiva. Ese momento en que convertimos el vínculo en negocio y nuestra delicada y sobrevalorada estabilidad se convirtió en prioridad. Allí fue cuando el tumor se convirtió en maligno y la fecha de caducidad fue impresa. Algunos dirán que resulta deprimente pensar en tanto tiempo invertido, en tanto esfuerzo, tanto llanto, tantos momentos, tanto valor, tanto cariño, tanto daño, tantos secretos. Tanto que hicimos para terminar convirtiéndonos en dos extraños que se conocen demasiado bien. A mí me parece que fue una inversión que valió cada pequeño gesto. En su momento fue mi pilar de salvación. Efímera pero necesaria, como todo en la vida. ¿Qué es infinito sino el cambio, cuando todo lo que es se convierte en algo más y no tiene otro destino más que ese? Progresa o muere, crece o disminuye, pero siempre existe. La verdad es que no puedo evitar que el olor a pasto en el viento me haga pensar en aquellas tardes sentados sobre alguna colina, observando el atardecer como si nuestra juventud fuera eterna. No puedo evitar extrañar aquellas noches desprovistas de sueño que llenábamos de un dialogo cómico y existencial. Escucharte llorar llego a ser una experiencia más íntima que la que trae el sexo a los amantes. Dime que tu no piensas en el dolor que compartimos al ver una orquídea. Dímelo y sabré que estas mintiendo. Si seguiremos entrelazados como gotas de lluvia cayendo sobre un charco, uniéndose en círculos concéntricos perpetuos, es verdaderamente incierto. Quizá permanecerás como una sombra en mi rostro, debajo de la comisura de mi sonrisa. Como una ojera que no me abandona, de aquel descanso que siempre me hará falta. Al final lo inevitable que tanto quisimos evadir nos atrapó. Esos cambios contra los que tanto luchamos juntos nos alcanzaron y nos cambiaron a nosotros también. Tú ya no eres esa niña que me hacía querer llorar cuando caía y era incapaz de admitir que le dolió. Yo ya no soy ese niño que no podía decir que no al momento de amar a alguien. Tú te has convertido en la incertidumbre del mismísimo océano y yo no soy más que un cobarde, que construyo una fortaleza rodeada de murallas para no ser tocado otra vez. Dime que no te produce al menos soltar un suspiro saber que esos días en que nos sentíamos infinitos se acabaron. Dime que no sentiste un escalofrió al darte cuenta que llego el fin del infinito. Atte. Apolo.
Un farol en la avenida y un viejo roble en la intersección. Un horizonte de verde y café. Un montículo de pino seco y una acera húmeda. Una calle negra y un ejército de luciérnagas. Todo bañado en las sombras de la noche. Todo vigilado por las lejanas estrellas. Esta es la cuna de mis pensamientos, inciertos y complejos. El cine de mis recuerdos, los pasados y los soñados. El silencio roto por el silbido del viento, que se lleva consigo el melancólico ritmo de mi respiración y la triste sinfonía de mis suspiros. La neblina cayendo a mí alrededor, como una cortina divina. Como si Dios regara al mundo con su aliento. Con gracia y un peso para el que muchos son insensibles, cae al suelo. Al chocar se desvanece, como si nunca hubiera existido, como todos aquellos a los que he querido. Cual espectros danzantes, aparecieron frente a mis ojos, para luego desvanecerse, como la niebla de esta calle. Aun puedo verlos en las noches, como sombras difusas, deformadas por lo confuso de mi memoria y lo opaco de mi mirada. La luz que atraviesa mis lágrimas secas, no tiene diferencia con las frías gotas de rocío que mojan mis pasos. Mi piel ya no siente frio, ni calor, ni amor. Una prótesis de sonrisa, una máscara de alegría. Ni pena, ni vergüenza. Ni miedo, ni esperanza. Que sencilla es la vida cuando ya no se siente nada. Poco importa ya lo que encuentre o lo que pierda. Si acaso siento algo, es la absoluta inexistencia. Como el último zombi sobre la tierra. Movido por un instinto sin sentido, esperando a morir de hambre, si es que acaso es posible. Sin la voluntad para morir, sin la motivación para vivir. Un corazón que no conoce otra función, más que la de bombear sangre a las arterias.
A veces me pregunto si alguien ama de verdad, si en alguna parte existe tal cosa. Me pregunto si algún día tendré esa experiencia, porque si el amor verdadero es aquel que he conocido, prefiero seguir sin él, porque no vale la pena. Eso de tener sentimientos es un mal negocio, se arriesga mucho y rara vez se obtiene una retribución de igual valor, nunca mayor. Como apostarle a un caballo cojo, así es amar como yo lo he hecho. Seguramente soy yo el que no sabe amar. Mi corazón seguramente tenía una fuga, por la que gota a gota se rebalsaron mis emociones, hasta que mi cuerpo quedo vacío. Como un barril de vino en noche de fiesta. Unas cuantas horas, uno que otro trago y ya no había nada. ¿Será acaso que me equivoco al llamar a los demás espectros, cuando en realidad el fantasma soy yo? ¿Seré en realidad soy yo, el que se parece a la neblina? Debe ser así. Antes temía arriesgarlo todo, luego temía perderlo, luego temía jamás recuperarlo. Ahora ya no siento miedo de perderlo todo, porque ya no tengo nada. Se fue con esos ojos, se fue con esas risas, se fue con esas manos, con todos aquellos a los que he amado. El valor no es la ausencia del miedo. El valor nace del miedo, cuando uno lo enfrenta. Por lo tanto el carecer de miedo, es carecer de valor. Yo no valgo nada. No escribo para sentir pena de mí mismo, ni para que las sienta aquel que me lee. No escribo para desahogarme pues mis entrañas están secas. Escribo porque es, creo, el único sentimiento que me queda. Escribo porque me ayuda a recordar aquellos días, en que estuve vivo, aquellos días en que ame. No escribo para despedirme ni para presentarme. No escribo por arte ni por pasatiempo. Antes escribía porque me hacía sentir vivo, porque expresaba lo que no podía decir de otra manera. Ahora escribo porque es, lo único que aún guarda un sentido.
Un cigarro no es más que viento y un trago no es más que agua. El amor no es más que un rato y el querer no es más que agrado. No tengo más sentido, que escribir. Por eso escribo, desde esta banqueta gris, en esta calle negra, con el roble en la intersección y el farol en la avenida. Con las luciérnagas a mi alrededor y las sombras sobre mí. Con el silbido del viento llevándose mi respiración, llevándose mis suspiros. No tengo más sentido que escribir y ni si quiera tengo el talento para hacerlo.
Atte. Apolo.
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Noches como estas
Me recuerdan que
Lo que para uno es magia irrepetible
Para otro es una dosis más de la misma droga
Las peleas se quedan pequeñas
Cómo un pie de página en nuestras fotografias
Las deudas son solo un límite aplazado
Un nivel de dificultad extra en el videojuego que jugamos
Todo lo que no sea tu nombre en mis labios
Es una palabra extranjera sin peso en el diccionario
Todo lo que no sean tus dedos en mi cabello
Es una sensación fantasma que no quiero registrar
Cada martes te amo más que el lunes que pasó
Cada mañana me voy feliz sabiendo que volveré a verte hoy
Mi momento favorito del día es cuando vuelves
Cuando te veo llegar y se que tengo otra tarde y otra noche y otra madrugada en tus brazos
Vendería todo mi pasado por un futuro a tu lado
Y no tendría suficiente espacio en la piel para tatuarme todos los momentos que me has dado
Tu fuiste la bala de cañón que disparó la vida a mi cabeza
Para recordarme de un solo golpe contundente que estoy vivo y debo vivir
Ya no quiero soñar con una vida
donde puedo ser feliz
Porque no hay nada que los sueños ofrezcan
Que tú no me des
Solo quiero terminar los días con mi huella dactilar acariciando la cicatriz de tu hombro
Y tú voz susurrando te amo Pablo Javier
Solo quiero que así acaben mis mejores días
Sobre todo quiero que así acaben los peores.
Pensamientos nocturnos y cosas por el estilo. Javier/Bipolar/SaberQueSexual pero sexual/Causipoeta
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