Dom., 3 de jul. de 2022
1:12 a. m.
Alas le ha crecido a este invierno para alcanzar la primavera de mi corazón. Ojalá que julio coseche las alas de mi desvelo y responda, Tierna esperanza, con tu nombre. Ojalá que el ensueño, vil artesano de nuestro olvido, no escape, triste y herido, al santuario idílico de nuestro amor. Ojalá que nos abrace a nubarrones los miedos. Y nos perdone este hermoso delito inmemorable de habernos conocido.
Elvira Sastre
Mar., 24 de mar. de 2020
La he visto sentada colocando notas alrededor de su voz. Intento detener esa imagen mientras voy rumbo a la habitación, el día de hoy es imperante plasmarlo en el papel, ya no en el corazón ni en la memoria ni en ese trocito de cielo que se alcanza a ver desde mi patio. La imagen se me ha ido tan rápido como estos dos últimos minutos donde uno descubre que hay todavía mucho más cielo del que nos cuentan, más corazones de los que admitimos y mucha más memoria de la que escribimos, eres muchas notas en una página real, lo sabes, se compaginan en un debate en donde el que mira es disuadido de todo mal, y todo ese bien que presentimos, al escuchar, se desploma en nuestra alma hasta hacernos sonreír. Digo, a mí me ha hecho sonreír. Ha hecho sonreír a mi corazón. Ha alivianado mi suerte.
Dom., 27 de dic. de 2020
Aun sin entender cómo fluye el universo… El amor no me ha esperado nunca, el amor me ha acompañado.
Juev., 15 de set. de 2022
He empezado a creer que correr hacia ti es herirme sin propósito. Que, aunque ya no me sale distinguirte entre las casualidades, nunca faltas en mis pensamientos. Y que no dejaré de quererte…, porque dejar de quererte es cerrar los ojos y no avanzar. Pero sigues tocando a mi pecho. Y yo solo soy el sueño que nunca duerme contigo. Te digo que el tiempo está volviendo incrédulo al silencio, pero que las probabilidades siempre saben mejor de una boca. Que no quiero ser más un cometa extinto en la inmensidad de tus ojos ni una estrella colapsada en el centro de tu sonrisa. Que he enterrado bajo tierra toda posibilidad de volver a verte, porque el amor no se duda; y si lo dudas, mejor vete. Que algo triste me sujeta la mano como diciéndote: «Despierta: quiero cuidar la herida a tu lado; no quiero que la vida la necrose por tanta espera. Porque las casualidades se nos están acabando. Y yo solo quiero despertar».
4 de octubre de 2021
12:11 a. m.
Sobre el cielo tendido yace mi amor por ti. Sobre nubes que cobijan nuestras almas (…) Ojalá llueva todo lo que nos quisimos. Y pueda beber yo de las aguas de mis culpas
“Tres mil latidos y doscientos litros de sangre”
Si pudiera multiplicarme pasearía contigo dándote las dos manos. Quiero decir, si pudiera ser dos yo, yo dos veces -entiéndeme- un alma repetida (…) colonizaría tu hoy y tu mañana, te esperaría donde estarías y donde querrías estar; te extrañaría viendo cómo tus besos crean goteras en mis pestañas (...) Si pudiera estar aquí y allá estaría en ti y en ti, prendería fuego a Troya mientras te regalo París, te miraría dormir y al mismo tiempo soñaría contigo (…) Si pudiera ser la misma en dos mitades, amor (…) limaría mis errores para que el tropiezo fuera suave y sería a la vez precipicio e impulso de todos tus miedos y sueños. Si pudiera, mi amor, convertiría todo lo que ahora es singular en plural. Pero no puedo, así que has de conformarte con lo único que puedo hacer: quererte -no el doble, ni por dos, ni al cuadrado, sino con la fuerza de un ejército de tres mil latidos y doscientos litros de sangre que queriéndote dar más de lo que tiene te da todo lo que es-.
Elvira Sastre, Baluarte
Enero de 2019
Sobre el día y la noche, levantando al viento la mirada del ave negra, un muñeco de felpa ha mirado el océano.
«I’m so mad I’m getting old it make me reckless». Cuando éramos jóvenes.
«Estaba escuchando una canción de Adele cuando pensé en esto. En las “últimas veces”. Uno a veces no sabe cuándo será la última vez de algo. ¿Se debería tener cuidado? A estas alturas pienso que sí. Recuerdo, por ejemplo, una cafetería, cerca a Independencia. Había jarrones con pequeños claveles al centro de la mesa. Teníamos ensalada de fruta entre la lengua. El sol caía oblicuo sobre las flores y sobre tus ojos. Recuerdo tus ojos como un abismo. El vértigo, el deseo de lanzarse. La cima de una montaña, los árboles del Amazonas, las plumas de algunas águilas y búhos, el café humeante entre la lluvia. Pensé en todo lo que me gustaba y que tenía el mismo color que tus ojos. Los caballos. Yo no sabía, por ejemplo, que ese día iba a ser el último día que los vería con ese brillo. Con esa señal de amor. Así perdí muchas cosas. La última vez que te vi sonreír, sonreír con ganas. La última vez que te escuché contar un chiste. La última vez que vimos una paloma y gritaste porque las detestas. La última vez que comimos helado. La última vez que cocinamos juntos o salimos a bailar. La última vez que dijiste que hacía frío en la calle y nos metíamos en un café o corríamos a casa para meternos en la cama. La última vez que te vi desnuda. Yo no entiendo muy bien el acto de cerrar un ciclo pero me temo que tiene que ver con ser conscientes de que será “la última vez”. Si hubiese sabido que aquella tarde sería la última vez que tocaría tus labios, por ejemplo, me hubiese esmerado en guardar un buen recuerdo de ese beso. De hacerlo durar todo lo posible. De no mancharlo con la melancolía anticipada del nunca más. De besarte como si te dejará mi vida en tus labios. Ahora pienso en un cuento de Borges, sobre un prisionero que le pide a Dios detener su ejecución para terminar una novela. Y Dios, en su misericordia ante el escritor, detiene la bala mortal unos centímetros antes de impactar. El tiempo se detiene menos para el prisionero, que escribe mentalmente su novela, segundo a segundo, hora tras hora, día tras día en un tiempo que no es, inmóvil, frente a la bala. Luego de terminar la novela la bala continúa su camino hacia la muerte. Hubiera pedido a Dios el tiempo suficiente para despedirme bien de tus labios. Que se detenga el tiempo para poder imaginar que maduramos juntos. Que visitamos más cafeterías. Tiempo para imaginar que vemos todas las películas que se grabarán en el futuro. Tiempo para imaginar que regresamos a casa y conversamos de ellas bajo las sábanas. Tiempo para imaginar que nos cubrimos con una manta cuando llueve y pensamos en nombres y tiempos. Tiempo para imaginarnos en una discoteca, en una exposición de arte, en un concierto. Y así, solo después, decir adiós. No lo sé, no sé si así el ciclo estaría cerrado. ¿Tu qué piensas? Claro, de cuando éramos jóvenes. Creo que estaríamos tranquilos, sabiendo que se hizo todo hasta el final. Que nos quisimos como nunca hasta el segundo antes que dejamos de hacerlo. Es confuso. El ser o no ser. Desde entonces me digo siempre, ten cuidado, está puede ser la última vez. Mañana puedo morir, nunca se sabe. Voy al cine. A veces me ilusiono o creo que me enamoro. En una reunión me embriago y me hago amigo de alguien. Corro por la madrugada hasta que me duelan los muslos. Le pongo mantequilla a las cosas, igual podría morir mañana, nunca se sabe. Si me atrae alguien me aseguro de que sea una buena ilusión. Uno se puede morir mañana y no hay tiempo para mancharse los labios con besos sin sentido. No tengo perros pero alimento a los de los vecinos, aunque por las noches me desconozcan. Viajo, monto la bicicleta y voy hasta donde terminan los caminos. Duermo hasta que me duele el cuerpo. Entristezco hasta el borde del suicidio. Porque podría ser la última vez. Quería comenzar esto citando mi habilidad para recordar los hechos, mi buena memoria. Y comenzar también con el génesis de ello, mi habilidad mayor para meterme en problemas. Que aprendí a salir de problemas demostrando mi inocencia con lo narrado al detalle. Pero pasa algo. Hace unas horas vi una fotografía. Era una reunión de cuando tenía 17 años. Cosas que he olvidado. Y como si fuese una pequeña ficha de dominó he comenzado a recordar muchas cosas en las que también estabas presente. Las he olvidado y son cosas alegres. Ahora pienso que los ciclos se cierran solos. Basta ser feliz y la historia se olvida, mejor dicho, se archiva hasta que sea recordada. Las cosas tristes, nuestras culpas, son las que no se archivan. Son las que necesitan trabajarse. De esas hay que tener cuidado. En mi afán por cerrar ese ciclo pienso siempre en la forma que debí haber disfrutado de esas “últimas veces”. Ahora ambos hemos cambiado y quizá no nos importe realmente. Pero usualmente me sorprendo pensando en nuestro último beso, en la última vez que te tome de la mano y sentí que estaba sujetando lo más importante en mi vida. Y corrijo, no fueron las últimas veces, sino solo las veces que se desperdiciaron por alguna pelea, por algún sin sentido por algún rencor pasajero. Solo porque éramos jóvenes. Solo porque estábamos aprendiendo a amar.»
Félix Arapa
Lun., 8 de agosto de 2022
6:21 p. m.
Me invento, entre diccionarios, indicativos y subjuntivos, maneras tontas para extrañarte. Es un pasatiempo absurdo pero generoso. No son pretensiones groseras, solo cosas de un peregrino analfabeto que, cada noche, lleva a pasear el sentido y, por casualidad, da contigo. La pluma brinca, el papel cubre el rubor de las palabras y yo me largo a llorar a los brazos de un niño alado. No es posible el descanso cuando eres el impulso que a mi noche enciende. Hay tantas palabras, ecos y silencios, tantos amaneceres, ocasos y universos, tanta diversidad, profundidad y simpleza, tanta nada y existencia, tantos fotogramas, fotografías y recuerdos que me gustan tanto como tú. De otra forma, no sería posible mantener mi corazón caliente ni acompañado, ni siquiera vivo. Y aunque tu ausencia desacompañe mi silencio hoy, como un astro de esperanza, siempre renaces en mi más tierno pensamiento, en lo implícito, lo simple y lo irrepetible de mi más tierno pensamiento.
P. D.: Te admiro infinitamente.
Tanto tanto es todo que casi tanto tanto es nada (si estás tú)