Quiero verte contra la pared, sin más fuerzas para correr. Verte yaciendo en la grama, observando el cielo. Quiero que susurres tus deseos en mis oídos. Quiero que desnudes tu cuerpo con mis manos y tu mente con mis preguntas. Quiero que te prendas y que ardas. Que te consumas en mis vicios y asi ya no puedan atarte. Quiero verte débil, vulnerable. En un estado de fragilidad que solo te vuelva una creatura aún más peligrosa. Quiero que me digas que no quieres nada. Que me dejes darte todo. Perdernos en un bosque sin linternas, buscando estrellas entre los árboles, robando besos entre las piedras. Rodar por una colina y escapar siguiendo el rio. Quiero que me lleves hasta donde nunca has llegado, que me enseñes lo que no has querido aprender. Quiero que te poses en mi piel con la delicadeza de una pluma o la intensidad de un huracán. Sacude mi mundo, destruye mi realidad. Hazme ver que nada de lo que se es cierto, que nada es verdad, que podemos hacerlo todo. Quiero que me bañes con tus lágrimas, con tu sudor. Dame tus besos de beber y tus anhelos de comer. Quiero que te extravíes y prefieras no moverte, para no perderte más. Que me extrañes estando cerca, que me sientas a tu lado estando lejos. Quiero marcar tu cuello con mis labios, tus bazos con mis dedos, tu camino con mis pasos. Quiero que me dejes sin opciones, sin salidas, sin más remedio que rogarte un poco más. Quítame el sueño antes que las prendas, el aliento antes que el deseo. Quédate mis miedos, guárdalos junto a tus pesadillas. Muérdeme los sentimientos y hazlos despertar. Arráncame las ganas de no querer nada. Desespérame, frústrame, despedázame… enamórame y hazme sentir vivo… o mátame y entiérrame, para jamás volver a pasar por mi corazón. Atte. Apolo
Cortina de polvo. Fue como una cortina de polvo disipándose a mi alrededor. Como si hubiera terminado una batalla o el estallido de una bomba y solo hubiera quedado el polvo. Flotando alrededor, ocultando el resultado, cubriendo el daño. Esa es la aproximación más correcta para aquella sensación. Aquella que quedo cuando hubo terminado tu partida. Conforme se fue asentando el polvo, comencé a comprender el dolor. Los escombros, las ruinas, las casas vacías y el cadáver. ¿Y después? Confusión. Una confusión que desespera, que frustra, que aterra. Esa duda que atormenta, que me quito el sueño por días que se encadenaron en semanas. Ese insomnio que convierte mi colchón en una cama de clavos. ¿Por qué tú?
¿Si entiendo como entre a la habitación, porque no encuentro la salida? ¿Si se porque te llegue a amarte no puedo encontrar la solución para superarte? Si poseo las razones que rompieron con nosotros, si tengo en mi calendario el momento exacto en que nuestra promesa se despedazo; si se hasta aquellas cosas que crees que no se, que no le dije a nadie, que no llegue ni a reclamarte a ti ¿por qué no encuentro la fuerza de voluntad que supere la fuerza suicida que obliga a mi mente a revivirte día tras día en mi memoria? ¿Por qué sigo perdiendo esta competencia de pulsos emocionales? ¿Si tengo suficientes demonios que consumen mi paz mental, por qué eres tú el que se resiste al exorcismo? ¿Si no eres el primero que me rompe el corazón por qué eres el que me resulta irreparable?
Lo discutí continuamente, podría jurártelo si alguno de nosotros creyera en los juramentos, con cada elemento de mi fragmentado yo. ¿Es que fue un amor superior? ¿es que fue una herida mortal? ¿es que es demasiado pronto para sanar? Hipótesis, teorías; todas falsas, todas tan vacías. ¿es que la respuesta está en ti y yo como un necio la busco en mí? Me arrinconaste hasta el punto de tener que revolver entre mi pasado para encontrar la respuesta en un antiguo amor. Me llevaste a la decisión de descoser mis heridas para descubrir la diferencia. Pero hasta ese esfuerzo me resulto en vano. Un paso a un callejón sin salida.
Porque no, no fuiste el primer amor ciego y sin medidas. Porque mi primer amor, aquel que despertó una niña fúnebre con piel de porcelana y ojos llorosos, fue tan intenso como el tuyo. Tan desmedido, tan irresponsable como el que te di a ti. Porque le perdone heridas más grandes a ese amor. Porque no, no fuiste más consciente que el amor de mi vida, ese que sentí por aquel niño nervioso y autodestructivo, que ocultaba su mirada tras ilusiones y las marcas en sus muñecas tras sonrisas. Porque también con él era consciente de quien era él. Sabía que se iría, sabía que algún día me faltaría. Así como sabía que tu jamás podrías dejarme entrar, dejarme llegar y crecer en tu corazón.
Me sentí entonces sin fuerza. Sin motivación para olvidarte. Me sentí entonces acorralado y sin salida. Sentí entonces la desesperanza de la derrota y sucumbí ante la única opción de la aceptación. Fue entonces cuando lo comprendí. No fue la batalla ni la herida. no fue la historia ni la razón. No fue que fueras más o yo pudiera menos. Fue el resultado el que te hacia tan persistente. Tan aparentemente eterno. Por primera vez en la crónica de mis amores. Fue la derrota y mi inexperiencia. Mi pecado de soberbia me traiciono y olvide que jamás se es muy viejo para vivir algo nuevo, ni muy experimentado para aprender. Tu lograste vencer mi amor por ti.
Tus heridas, pequeñas y constantes, como cortes de papel. Tu silencio implacable, tu orgullo de macho, tu incapacidad de ceder. Tu desconfianza y tus traiciones. Todo tú se empeñó. Todo tu lo logro. Me derrotaste en mi juego favorito. Me derrotaste en este juego de amar. Alcanzaste destruir el amor que sentía por ti. Despedazaste toda esperanza de hacerlo funcionar. Me desarmaste. Me llevaste al límite. Conseguiste lo que nadie más había podido. Me venciste y no supe reconocer la derrota. En cuanto comprendí eso supe el fin de esta guerra. En ese momento entendí que, para curar la herida, debía aceptar la derrota. ese momento en que entendí que fue mi amor por ti el que extendió la batalla y que cuando este murió, fue mi amor por mi el que me salvo de la extinción.
Qué extraña sensación esa paz que te trae el ser vencido. Qué extraña satisfacción conlleva aceptar la derrota. Qué triste consuelo me trae ver morir al panda.
Atte. Apolo.
Cuando uno es niño, o al menos a la gran mayoría de niños, le meten en la cabeza el cuento de un gordo barbudo vestido de rojo que baja por chimeneas repartiendo regalos y explota duendes y renos. Uno se lo traga y vive feliz esperando diciembre. A otros es sobre un ratón, que a veces es un hada, que se mete bajo tu almohada para buscar dientes llenos de caries, como si a alguien le fueran a servir de algo, y para colmo te deja dinero. ¿Qué ratón más pendejo no? ¿O era un hada? Ya no lo recuerdo. Y así, cada niño tiene una enorme mentira, o varias, metidas en la cabeza, que tarde o temprano termina desvaneciéndose como una nube. La vez alejarse lentamente, moviéndose con el viento. Un movimiento tan perezoso que sientes que jamás se ira pero aun así la ves muy lejana y no puedes alcanzarla. Algo así es cuando estos llamados cuentos infantiles, que a mí me parecen una cruel manera de los padres de enseñarle a sus hijos a no confiar en nadie, se esfuman. Se queman y luego no queda más que negra y sucia ceniza. Supongo que algo así paso conmigo. Mis padres jamás me mintieron con Santa Claus o un Reno con un foco rojo en vez de nariz. Supongo que sabían que yo era demasiado inteligente para tragarme un absurdo cuento de tal magnitud. Aun así todos necesitamos creer en algo y yo termine creyéndome una gran mentira. Una enorme mentira que conseguí esconder en algún sitio, para que el tiempo no la oxidara. Yo me creí la enorme mentira del amor perfecto, del dulce enamoramiento. Me creí la enorme farsa de que un día terminaría conociendo una bella señorita. Nos veríamos, sonreiríamos y tímidamente nos tomaríamos de la mano. Nos conoceríamos y pasaríamos todo el tiempo juntos. Sabríamos cada maña, cada gusto del otro. Nos veríamos a los ojos y nos diríamos todo con solo intercambiar miradas. Yo sería ella y ella sería yo. Claro que no todo sería alegría. Habrían celos, habrían llantos, habrían errores, habrían cosas que no entenderíamos del otro, pero eso lo fui aprendiendo con el tiempo. Aun así, el sentimiento sería tan grande, el vínculo tan perfecto, que nada podría quebrantar la esencia de lo que es.
Al pasar el tiempo, con un poco más de discernimiento y análisis de mis tendencias y mis gustos, descubrí que, para comenzar, no tenía interés solo por ellas, si no que por ellos también. Lo cual hizo que mi enorme mentira comenzara a tambalearse. A pesar de eso, al terminar mi conflicto interno, la solución para mantener mi mentira fue bastante sencilla. Solo tuve que cambiar un par de letras a por letras o y la mentira funcionaba igual de bien. Luego comenzaron las preguntas. Quien sería la persona indicada, donde nos conoceríamos, como sabría que es el… o ella.
Primero comencé a experimentar con ellas. Claro, era más fácil. Me ahorraba el conflicto social y moral que aún no estaba dispuesto a enfrentar. El primer intento fue resultado de una oportunidad con pocos riesgos. Me lance y probé poco. Con cuidado, precavido y jamás encontré el gusto a su sabor. Me confundía un poco, porque me sentía bien en su presencia. Reíamos de lo mismo. Disfrutábamos de lo mismo. Sin ser completamente iguales. Pero no encontré por ningún lado ese vínculo de complementación perfecta que estaba buscando. Entonces aprendí, que el que una persona te agrade, por mucho que te agrade, no es regla de que puedas llegar a amarle. Al menos no de la manera en que yo estaba buscando. Cuando finalmente tuve el valor de dejarla, sin entrar mucho en los detalles de mi partida, continúe mi trayecto sin meterme en líos durante un buen tiempo.
La siguiente vez que puse a prueba mi mentira, fue con el primero de ellos. Ese en particular, me enseño algo muy importante. Me enseño que las palabras son solo eso, palabras. Por lindas que sean, jamás serán más que sonidos con significado, o signos en caso de que sea escrito. De él aprendí, que si algo de lo que nos enseña la televisión es cierto. Es que en el mundo hay personas que en verdad, no tienen interés alguno en los sentimientos. Su interés no es precisamente conocer tus miedos y tus sueños para compartirlos. Si les interesan tus gustos, pero solo aquellos que te ponen a temblar sobre un colchón, uno barato si aparte de mañoso es pobre. El me enseño por las malas, que aunque algunos queramos algo basado más en cariño y en aprecio, admiración y respeto y todas esas cosas bonitas que nos venden, otros no quieren más que la palabra con s que no pienso decir. Me hubiera dolido más, de no ser porque conseguí convencerme de que yo había disfrutado tanto del sexo… ups, lo dije… como él. El tercer intento, ojala hubiera sido el último, pero solo fue el comienzo. Este fue un poco complicado, porque la persona a la que yo le di todo lo lindo que quería dar, no era la persona a quien quería dárselo. Ella solo estaba remplazando a otra de ellas. De ella aprendí que yo también podía lastimar a otros. Pasado un tiempo, no me enorgullece decir que fue poco, tuve el cuarto intento con la tercera de ellas. Está en particular fue breve. Ella era una niña y yo ya no era tan inmaduro. Ella no fue que no me agradara, si me agradara. Tampoco fue que no gustara, por ponerle un término al sentimiento, si me gustaba. Si me interesaba y yo también a ella. Dudo mucho que ella quisiera solo sexo, al menos sé que yo no lo quería. Pero aun así, no quería estar con ella, porque sabía que mi sentimiento por ella quizá nunca llegara más, porque en ese momento yo me sentía muy inseguro. Mi vida era muy inestable y yo no podía darle a ella lo que ella quería. Tengo el orgullo de decir que a ella la deje, no porque no pudiera o quisiera estar con ella, sino porque tuve la madurez de ver que no nos convenía. Ese día aprendí que el querer estar con alguien no es motivo suficiente para estar con esa persona.
Después de ella llego quien fue la primera. La primera con quien encontré lo que tanto había buscado sin estarlo buscando, solo para darme cuenta que no era lo que pensaba. Cuando ella apareció, yo ya no estaba buscando nada. Comenzaba a pensar que nunca lo hallaría. Para terminar de hacerlo complicado, yo al conocerla jamás pensé en ella de esa manera, ni quería hacerlo. Ella tenía tantas cosas que no me gustaban. Me irritaban. Me confundían. Pero creo que eso fue lo que más me gusto. La confusión. Solo necesito una charla para interesarme, una semana para acostumbrarme y un mes para enamorarme. Cuando finalmente comenzamos a estar juntos, a la muy cabrona, con todo el amor del mundo se lo digo, no le tomo más que unas semanas para convencerme que ese sueño que yo tenía, esa mentira que me decía, si existía. Llegue a amarla. A ella y cada uno de sus pétalos, cada una de sus espinas. Llegue a amarla tanto que evitaba a toda costa perturbarla. La ame a tal punto que la deje hacer conmigo lo que ella quisiera mientras lo hiciera conmigo. La hice parte de mi vida a tal punto, que mis planes eran tomándola en cuenta a ella. Ya no visualizaba mi enorme comedor con un plato en el desayuno sino dos. Ya no veía seis autos en mi cochera para mi uso, sino miraba el mío, el de ella y el resto los compartiríamos. Deje de ser yo, para convertirme en nosotros A ella y cada uno de sus pétalos, cada una de sus espinas. Llegue a amarla tanto que evitaba a toda costa perturbarla. La ame a tal punto que la deje hacer conmigo lo que ella quisiera mientras lo hiciera conmigo.
La hice parte de mi vida a tal punto, que mis planes eran tomándola en cuenta a ella. Ya no visualizaba mi enorme comedor con un plato en el desayuno sino dos. Ya no veía seis autos en mi cochera para mi uso, sino miraba el mío, el de ella y el resto los compartiríamos. Deje de ser yo, para convertirme en nosotros y me dolió. Vaya que me dolió. Cuando ella decidió ya no estar conmigo, porque no se sentía bien con sigo misma, ni conmigo, ni con nada, y me arranco de las manos mi amado sueño, me quede sin nada. De ella aprendí que cuando uno ama, cuando uno de verdad ama, uno si nota los defectos de la persona, pero tiene la capacidad de ver por encima de ellos. Cuando uno ama, uno encuentra una manera de hacer que los errores de la otra persona no sean más que un molesto mosquito que aplastamos contra la pared y dejamos de escuchar por un tiempo. De ella aprendí lo que era la felicidad y de la ausencia de ella, lo que era el dolor. Por ella llore y por ella me perdí. Por ella es que creo, ya no he podido volver a intentarlo con otra de ellas. Porque ninguna de ellas tendrá todo lo que ella tenía. Toda la ternura envuelta en un caos, en una armonía tan perfecta que parece mentira. El amor de mi vida ya lo tuve y fue ella. No dudo ni titubeo al decirlo, pero eso no significa que ella haya sido el final. Solo fue la que más impacto ha tenido en mi esencia, al menos hasta este momento.
Después de ella, escape al dolor con el segundo de ellos. De él, no me atrevería a decir que me enamore, pero definitivamente me encapriche. El caballero tenía una capacidad como ninguna de ilusionarme. De hacerme que me creyera sus mentiras, aunque sabía que eran mentiras. Por eso, cuando me engaño, no me dolió el engaño, pues yo sabía lo que él era. Podía haberlo perdonado, sobrepasar mi dolor y seguir adelante. Lo que me mato de él fue el desinterés. La facilidad con que hizo lo nuestro tan pequeño en insignificante que hasta pedir perdón era mucho esfuerzo. De él aprendí a no ilusionarme. De él aprendí que cualquiera puede venir y pintarte un futuro perfecto, pero pocos, si es que alguno, tendrá la dedicación de hacerlo realidad.
Después llego uno que me hizo dar vueltas y vueltas a mi universo. Uno con quien pensé, llegaríamos a tener algo hermoso. Alguien cuya vida pensé yo podía llegar y arreglar. Alguien a quien quería salvar de sí mismo. Por el destruí vínculos con personas que me importaban, por el perdí noches de sueño, tardes de estudio, sonrisas al medio día y sueños a media noche. Por el hice tantas cosas de las que no me arrepiento. De él también aprendí mucho. De él aprendí que yo realmente no me quiero. De él aprendí que hay personas que no quieren ser salvadas. De él aprendí que hay personas que disfrutan estando en un pozo sin salida. Una salida que ellos mismos cerraron. De él aprendí que hay personas que lo único que quieren es que las escuchen llorar. No que le sequen las lágrimas. Solo quieren la atención que eso les trae. De él aprendí que hay personas que no te quieren a ti, si no a lo que les das. De él aprendí que me gusta más dar que recibir… piénselo de todas las maneras que quieran, incluso las morbosas, que también son válidas aquí. Lo que más me dolió de él no fue la relación. Lo que más me dolió de él fue como me culpo de todo al final, y sigue haciéndolo. Aunque tiene razón en que es mi culpa. Es mi culpa por siempre tomar la culpa. Lo mal acostumbre y consentí cada uno de sus caprichos infantiles. Me deje engañar por su fragilidad y me olvide de que todos tienen la capacidad de causar daño, sin importar cuan dañados estén.
Luego vino el más extraño de todos. De él, bueno, él fue más como un repaso. De él recordé que como se siente el estúpido deseo de querer sacar un clavo con otro clavo. Al final solo dejaras un agujero más grande. También me recordó como no todas las personas quieren lo mismo que tu pero para algunas es muy fácil fingir que lo quieren. Aunque creo que él no sabe lo que quiere. De él aprendí que si he aprendido de tantas personas, es porque valgo la pena. Si no he sido suficiente como para quererme, al menos lo he sido para darme una buena colección de duras lecciones. Después del vino un intento más por tener algo con una de ellas. Si volvemos un poco al pasado, recordaras que hubo una de ellas que solo fue un intento por olvidar a otra. Pues ella, no la que use si no la otra, fue con quien lo intente de nuevo. De ella, aprendí que las oportunidades son una vez en la vida. Que el que alguien te quiere y tú le quieras tampoco es motivo suficiente para estar juntos. De ella aprendí que la vida y el amor no esperan. Que se apaga, lentamente. Quizá ella y yo no éramos el uno para el otro, quizá sí y lo perdimos para siempre. No lo sé. Así, he venido aprendiendo por las malas lecciones que he escuchado por las buenas. Poco a poco he ido descubriendo y desmintiendo ese gran engaño que creía desde niño. Al final he terminado aquí. Donde me encuentras. Conociendo a muchas personas sin querer interesarme por ninguna. Pero topándome con muchas que valen la pena. Lo sé y saberlo me aterra. Acá me han traído tantas lecciones. Al conflictivo momento de querer algo hermoso pero no estar dispuesto a correr el riesgo de conseguirlo, por miedo. A esto he llegado con tanto conocimiento, al no saber que quiero.
Atte. Apolo.
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Encendimos uno, uno para los dos, compartiendo. Inhala, pásalo, pásamelo. Quémame, sonríe. Era eso lo que existía. Lo que tenía. Mi fragmentado corazón, hecho pedazos. Tus agónicos sueños, confusa. ¿Qué quieres tú? ¿Que buscaba yo? ¿Compañía? Acompáñame a perderme. Y ardía, consumiéndose. Sonreí. Te veía y tus ojos me contaban la historia de tu vida. Me observabas buscando respuesta y mis ojos te respondieron. Se quemó hasta la colilla. Y la sensación se propago entre nosotros. Reíamos y reíamos, como drogados, pero más que el tabaco, fue la compañía. Lloramos, sin lágrimas y en silencio. Y las arenas del tiempo seguían cayendo. Los hilos de nuestros destinos se seguían desenlazando. Quería otro, querías otro, queríamos la compañía. Nos dejamos abrazar por el humo del otro y lo sabíamos, en el fondo sabíamos que se acabaría. Tus dedos danzando en la colilla, mis labios besando el filtro. Allí estábamos, sangrando, llorando, riendo en compañía. Y paso, mi universo llego al colapso y me perdí. Sin saber dónde estoy ni a donde iba. Y paso, tu sueño se estrelló y te perdiste. Sin saber a dónde ir. Y el dolor ya no dolía, solo existía. El cigarro ya no se consumía, solo ardía. Y en una nube de humo te perdí. En una nube de humo me desvanecí. ¿Dónde estás? ¿Dónde estamos? Y quería otro. Encendí otro. Inhale. Ardiendo. El humo se disipó y tú ya no estabas allí.
atte. Apolo
Hoy vi a una mujer hacerle el amor a un cigarro. La vi llevarlo a sus labios con seductora lentitud. Observe como lo pegaba a sus labios. Como dejaba que su aliento lo excitara. La vi besarlo con pasión e intentar inhalar hasta la última nube de su esencia. Vi a una mujer amar su dolor. Provocarse sufrimiento y hacerlo con pasión religiosa.
Hoy vi a una verdad romper el corazón de mi padre, una verdad que salió de mi propia boca. Lo vi despedazarse. Cual niño hacer un berrinche y con toda su rabia e impotencia romper el parabrisas del auto. Lo vi llorar y gritar en silencio. Vi su propio odio. Vi sus demonios atormentándolo. Vi su confusión. Vi todo eso de él que no soporto. Ya sea porque lo odio o porque me duele, no lo soporto. Vi el vidrio rajado, con una figura cual telaraña, con sus hilos conectados. No pude despegar los ojos de esa figura que representaba tanto dolor, que representaba una relación tan rota como la nuestra. Fragmentos filiales. Hoy vi a mi padre en un pulpito hablándome, como siempre. Vi al predicador que se construyó en su juventud y al niño consentido que jamás pudo dejar ir, ese que su madre creo.
Hoy pensé en mi mejor amigo. Pensé en su dolor. Pensé en sus fantasmas, esos que no lo dejan en paz. Esos que acechan su mente, que lo llevan a temer perder a alguien otra vez. Pensé en su necesidad instintiva de ocupar su tiempo; en su incapacidad de decir que no a alguien que le pide ayuda. Pensé en cuanto odio escucharlo llorar, en cuanto odio verlo perdido, cuanto odio escucharlo desanimado y verlo cansado. Pensé en ese desgarrador tono que adquiere su voz cuando se rompe. Pensé en los golpes que me da cuando tiene rabia reprimida y deja salir así. Pensé en el golpeando a su hermano por todo eso que no quiere gritar.
Hoy escuche relatos sobre mi madre de la boca de la única persona que quizá la ame más que yo. Escuche de mi padre sobre cuanto sufrió. Escuche a mi padre dibujar a mi madre con palabras. Su vulnerabilidad escondida detrás de un rostro serio, su inseguridad oculta en apatía, su dolor escondido detrás de su amor por todos los demás. Escuche de mi padre como la hirió que había prometido solo darle amor. Escuche de mi padre tantas cosas que yo ya sabía de ella. Escuche de mi padre sobre un dolor oculto que yo desconocía en ella. Escuche a mi padre y no por momentos se perdía la línea entre el retrato de mi madre y el mío. Jamás me había sentido tan parecido a ella y había odiado tanto mi dolor, por ser tan gemelo al de ella.
Hoy sentí mi propio dolor. Vi a mi reflejo llorar en un retrovisor y escuché a mi voz acurrucarse en mi pecho y oprimir mi corazón. Sentí como mi voluntad de pelear se apagó en un escudo de silencio. Sentí como mis barreras crecían alrededor mío para protegerme del dolor exterior. Sentí a mi dolor contenerse en el interior de mi fortaleza y borbotear. Hoy hable de mis demonios. Como un susurro y por un instante hable de ellos, de los que me atrevo a hablar. De los que no, los reconocí en alguien más. Hoy sentí mi dolor mezclarse con el de las almas que circulan en mi galaxia emocional. Hoy vi a una mujer hacerle el amor al sufrimiento y pensé en ese vicio humano de amar al dolor.
Atte. Jasper
Wish for me
How about some breakfast? 😋🦶🏼👅🔥🦶🏼👅🔥🦶🏼👅🔥🦶🏼👅🔥🦶🏼👅🔥🦶🏼👅🔥
Oh but my mind, my fucking mind, excels at filling voids. I have so much of you to fill all the blank spaces you leave in your trails
Pensamientos nocturnos y cosas por el estilo. Javier/Bipolar/SaberQueSexual pero sexual/Causipoeta
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