Ahora, no es más que un sueño que nunca protegió (…)
Juev., 7 de nov.de 2024
00:43 a. m.
Se abrieron las puertas de mi pequeño infierno y ¿empecé? a amarte a través de todas las mujeres del mundo. Ya lo que no puedo escribir(te) lo lloro…
Mi amor, verbalizo mis lágrimas porque no entiendo lo que dicen, pero hoy parecen sonreír.
Otra noche en la que me rindo y cuelgo mi corazón en el perchero para que lo notes, pero no estás. Mañana será otro día. Todo continuará como siempre menos como n o s o t r a s. He aceptado esa realidad haciéndome cada vez más borrosa en esta; y tú… , que siempre encuentras el arcoíris y sonríes, estás bañada de una tenue dulzura mientras educas al mundo.
Tú no lo escuchas porque es absurdo, pero puede que mañana ya no sea otro día. ¿Cómo terminé acá otra vez? Qué haces asomándote sobre mi corazón e incendiando mi noche.
No entiendo las palabras de este mundo. Tres flechas impactaron en mi sangre y una sola envenenó mi corazón con ternura. No hay afán. Escucho tu voz. Llama mi sangre. Pero es porque estoy enferma. Tres: no puede ser coincidencia.
Cesáreo Martínez.
Si pudiera desataría el nudo que nos unió,
escarbaría a través de todas las capas de carne
y detendría este urgente deseo de volver.
Si pudiera volvería a mirar a través del velo,
elegiría mirar en otra triste dirección,
me gustaría ser de nuevo una sombra vacía,
es decir volver a ese punto en donde yo no sabía de ti
y tú querías encontrarme pero yo iba en dirección al mar.
¿No preferirías seguir en esta huída o que otra catástrofe
hubiera salvado esto que ingenuamente llamamos amor?
Quisiera desanudar, olvidar, desprenderme,
arrancarme la piel para que veas quién soy.
El amor, si es algo, es dos que se miran.
Alejandra Pizarnik, diarios
(No es convencimiento)
Sáb., 05 de dic. de 2020
Mi bello angelito navideño, dime una cosa, o dos, o tres (...) Enséñame cómo funcionan los juegos de tu naturaleza. Cómo son las lluvias en el mundo. Cómo se vive el amor ahí. Cómo son las interacciones entre los océanos y la atmósfera en el universo de tus ojos. Cuáles fueron las travesuras de tus estaciones y las preocupaciones de tu corazón. Cuéntame más de esas pasiones que se despiertan en ti y hacen historia. Hoy, mañana, toda la vida, acaso no lo sabremos; pero contigo en el prólogo del libro último de mi vida. Yo muero por escucharte siempre, siempre, seas silencio, eco, voz o mirada. Cariño mío, las urgencias de tu alma previenen todas las guerras. Cariño mío, creo que tengo atorado un te quiero en el corazón, dejarlo ir hacia su curso natural es mi manera de retribuirle, a la vida, la gratitud.
Mar., 08 de dic. de 2020
El olor a mar inundó mi corazón. Sentimiento universalizado si te cruzas. Ir al mar va más allá de un encuentro con las olas. Ora un encuentro inminente con uno mismo, ora un encuentro memorable entre dos, de cuyas almas solamente se sabrá que fueron unidas, como se saben unidos los olores y los recuerdos inconfundibles y más intensos de la vida. Dos días de lluvia en esta Lima donde casi nunca llueve. No resulta difícil pensar que los vientos del norte, siguiendo la dinámica propia del planeta, han venido a hablar especialmente de ti. Me invento cualquier excusa para retirarme de las ocupaciones mundanas; ya empapándome el alma con su tamborileo, ya entregándome a sentir sin temor, pues, no es posible, después de todo, un encharcamiento cuando no existe medida en el sentimiento.
Enero de 2019
La disciplina se sucede al despertar de las interrogaciones, sin luces de pertenecer a un día que nombrado sea como el contemplamiento de las horas. Y como herencia de un accionar reflejo, sin póstumo remitente ni remirado personaje, vuelto y violentado por la calma de volver su felicidad un entresijo entre dos velas.
«No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante».
Sara Torres
Cada despedida me envejece una vida, me forma surcos en los dedos y me empuja hacia los lados en un vaivén que trato de ignorar. Cada despedida, también, me dibuja un nuevo sol, un sol distinto, armado de nuevo, capaz de encontrar luz entre todos mis años. Las despedidas son una salida y he aprendido a no tenerles miedo, a no evitarlas. Las abrazo como el que se agarra a un trozo de madera en mitad del océano. Conozco su significado. No me da miedo decirte adiós, haberte dicho adiós; lo que me asusta es no poder hacerlo, no poder haberlo hecho. Y hoy, después de tantos años, me pregunto si esta nostalgia, si esa aceptación inevitable, si aquel silencio ante nuestro auxilio, no es más que mi (tu) boca, tapada por tus (mis) manos, suplicando una despedida que nunca llega, que nunca llegó.
Elvira Sastre. Aquella orilla nuestra
Añoro un lugar que aún no presencio y que intento alcanzar con todas mis ansias. Pareciera como si no hubiera nada más simple ni más complicado que eso cuando me acerco a la existencia de lo que me hace sentir su voz. Es la añoranza de aquel lugar, que está lleno de paisajes que se pintan con tal sentido, el cual revive el olor de cada mañana; inventa un camino para que al fin logre alcanzarla; percibe el latir de los corazones; acerca de a poco respiraciones que nos pertenecen; y llegado un momento donde no puedo concebir el sueño, desde aquel lugar, es su voz quien me aguarda para no terminar descalza delante de ella, pues correría millas si fuera necesario, porque el sueño no me basta ni me espera.
Por eso la busco, busco su voz, quizá cuando resuelvo mirar a través de la ventana y veo cómo la inmensidad se apodera de todo rastro de luz furtiva, para que de aquella emane toda claridad que espero y ya no trato de imaginar pensando que tal vez podría llegar al lugar donde convergen sus sentimientos, donde todo me gobierna y donde nada me ata, ese lugar que aún no presencio pero que imagino cuando sus labios enfrentan la confusión de su memoria y solamente atino a decir “no es necesario que digas nada, que hasta donde alcances a ver seguirás bien, que esos recuerdos son deshechos, impertinentes que están celosos de la persona que eres ahora.”
Queda una luz que aguarda mis sentimientos, una luz que me impulsa, me aguarda y me olvida. Otra vez me lleno de lágrimas. No dejo de pensar que las manchas de la pared son simples huellas dejadas por la llovizna de la noche. Y, por el contrario, el sonido que resulta entre la confusión de saberla dormida o despierta es un claro presagio de que la volveré a ver y al fin podré reconocerla en los más tangibles sueños que alguna vez mi memoria habrá de recordar.
Ella es hermosa, en el sentido amplio de la palabra, por eso su voz me parece hermosa, por eso su relicario de pensamientos están diseñados para emocionar y apaciguar cualquier alma como la mía; pero de aquellas otras, yo no sabría más qué decir.
Qué ideal es aquel pensamiento que ha surgido desde la más profunda emoción de mis sentidos, qué hermoso saber que estos pensamientos me pertenecen sin darle mayor importancia a lo que dijeron otros, lo que pensaron otros y lo que sintieron otros. Porque lo que yo siento es el inicio de algo que respira, que camina, que piensa, que yerra, que no miente y no se involucra más en el olvido ya que sensaciones como estas jamás llegan a olvidarse y ahora lo entiendo. Quizá el vuelo repentino de un ave dentro de un sueño me convenció de no olvidar, por su vuelo detenido y suspendido, por su impaciencia y sus ganas de aprender algo nuevo cada vez que observa un nuevo horizonte, alguna forma de naturaleza, alguna forma de granizo o lluvia.
Ojalá mis palabras pudieran causar mayor emoción, pudieran traspasar la efímera distancia hasta encontrar sus latidos, y acercarme infinitas veces a sus emociones y sentimientos. Decirle que ya nada me aturde y todo en cuanto a ella se refiere hace emerger de mi pecho involuntarias pero intensas contracciones del corazón; que mis pensamientos desprenden y rozan sentimientos que resultan en desapercibidas lágrimas sobre mis mejillas.
Y mientras cada una sigue su irremediable curso, pienso en ellas, en la composición de todo lo que precedió al llanto, en todo lo que dejó de ser por el llanto. Y me pierdo...en el momento donde mis labios persiguen cuidadosamente los suyos intentando, entre cada palabra dicha, que su respiración me conceda por fin el inmenso deseo de rozar sus labios.