(Au del mundo de cazadores de sombras, donde Wil Herondale es capaz de ver a su parabati, Jem Carstairs, en el presente.)
Los nervios lo carcomían por completo, no podía creer lo que estaba a punto de presenciar. Hasta que lo vio llegar, estaba igual que siempre, el tiempo lo había cambiado por dentro pero por fuera seguía igual, a excepción de su pelo que ahora era negro aunque aun quedaban rastros de su pelo gris, casi plateado que brillaba con la luz que entraba por la ventana. Venía caminado, ya sin su bastón de siempre, con su sonrisa hermosa que le alegraba la vida y con sus ojos grises que brillaban como el sol. Su hermano, su parabatai, la mitad de su alma, su Jem.
–Will, mi Will. –Pronunció Jem con voz rasposa, ambos estaban tratando de contener la emoción que sentían pero era notable que no podían hacerlo por mucho más.
–Mi Jem, hermano mío.– Respondió Will.
Sus ojos celestes como el mar también brillaban, no hacían falta palabras, con solo mirarse ya sabían todo lo que pensaba el otro. Esa conexión seguía intacta, era algo que jamás cambiaría, a pesar de todo el tiempo transcurrido, ellos siempre serían más que parabatais. El amor que los une no se puede describir con palabras, es por eso que ambos se quedaron viendose a los ojos por unos minutos, transimitiendo todo eso con solo una mirada vidriosa por las lágrimas a punto de salir.
Jem cerró los ojos y tomó una respiración profunda, para luego acercarse a la pequeña cuna a su costado. Cuando llegó se detuvo un momento para admirar a quien se encontraba durmiendo como un pequeño ángel ahí dentro y luego se dio la vuelta para invitar a su hermano, con la mirada ya que el nudo que tenía en la garganta no podía dejarlo hablar, para que se acercara. Will lo miró y entendió perfectamente, pequeñas lágrimas caían por su cara pero aún así camino lentamente, inhalando y exhalando para preparase. Pero eso no sirvió de nada, no pudo más que ahogar un sollozo y taparse la boca con sus manos al ver a la pequeña acostada en la cuna. Era preciosa, tenía los ojos rasgados como Jem y su pelo era castaño como el de su Tessa. En ese momento ambos se miraron mientras trataban de contener, sin éxito, las lágrimas que corrían por sus caras. Hasta que Jem rompió el silencio y fue ahí cuando Will no pudo contener más su emoción.
–Su nombre – dijo su hermano con la voz entrecortada. – Es Willhemina.
Ambos sentían que sus corazones estaban a punto de explotar, pero Will. El no podía dejar de llorar, no podía dejar de pensar en como el pequeño chico enfermo que había llegado un día al Instituto, hacía ya tanto tiempo. Ese chico quien llegó de la nada y terminó siendo más que todo. Ese pequeño niño quien le dio luz a su vida, quien le había enseñado tanto a lo largo de los años, quien estuvo siempre a su lado, a su espalda en las batallas y a su frente en la vida. Ese chico que terminó ganando su corazón cuando tocaba su melodía angelical con su violín, el cual guardó por tantos años en su casa y en ese momento se encontraba en una esquina de la habitación. Su hermano, a quién perdió y se llevo su corazón con el cuando se convirtió en hermano silencioso. No podía dejar de pensar en toda la vida que podrían haber compartido juntos pero el mundo no los dejó y aún así ahí se encontraba, frente a el y a su hija.
Mientras tanto Jem solo lo observaba y su corazón se ensanchaba al ver como el miraba a su Mina con todo el amor del mundo. Lo conocía tan bien que ya sabía todo lo que estaba pensando, el también lo hacía. Así que se acercó lentamente hacia el, sin querer romper el momento especial que estaba viviendo. Ver a su hermano observando a su hija mientras ella solo le sonreía, como si lo conociera, como si supiera. Quizá el amor que transmitía era tan grande que hasta su pequeña hija lo sentía. De igual forma se acercó y apoyo su mano en el su hombro, estaba preparado para decirle algo pero no pudo. Inmediatamente, al sentir el contacto, Will se dio vuelta y lo abrazo. Fue ahí cuando a Jem se le partió el corazón, era la primera vez en casi un siglo que recibía el abrazo de su hermano, así que no pudo hacer más que sollozar en su hombro. Ambos se abrazaron como si sus vidas dependieran de ello, ambos no podían dejar de llorar, tanto dolor guardado por tanto tiempo seguía en ellos pero también el amor. El amor que ellos sentían por el otro era algo inexplicable, ninguno de los dos esperaba conocer al otro y aún así se convirtieron en uno solo. Ambos estaban más que destinados a encontrarse, ambos eran más que afortunados de haber coincidido en el momento justo, a pesar de haber disfrutado tan poco tiempo como parabatais, su amor no se había desgastado en lo más mínimo. Seguía tan fuerte como el primer día.
Ninguno de los dos podía hablar ni despegarse del otro, se extrañaban y amaban tanto que dolía. El pensar que Will no iba a poder ver a Jem siendo padre le rompía el corazón, pero no dudaba de que sería el mejor padre del mundo. Jem era tan puro y noble, tan fiel y leal, su melodía llenaría a cualquiera que tuviera el placer de conocerlo y más aún su propia hija.
Parecía como si el tiempo se hubiese detenido, ninguno de los dos sabía cuanto tiempo llevaban juntos y ambos deseaban quedarse así para toda la vida, para siempre. Pero también sabían que no podrían, que sería la primera y única vez que eso sucedería. Fue por eso que algo muy dentro de ellos se rompió cuando Will se obligó a despegarse de Jem y mirarlo a los ojos, ambos los tenían rojos y Jem no quería soltarlo, no podía. No quería perderlo una vez más, no podía dejar que sucediera pero también tuvo que obligarse a soltarlo. Lentamente sus manos temblorosas abandonaron su cuerpo e intento respirar con profundidad porque el dolor que sentía en el pecho era tan grande que no podía controlarlo.
De igual manera igual se alejó de Jem, aunque lo único que quería era estar junto a el, tuvo que hacerlo y ver el dolor en los ojos de su hermano también le rompía el corazón pero ambos sabían que ya se acababa el tiempo. Así que con las pocas fuerzas que tenía, Will lo miró a esos ojos que tanto amaba y le sonrió.
–No me ruegues que te deje, o que regrese cuando te estoy siguiendo. Porque a donde tu vayas yo iré y donde tu vivas yo viviré. – dijo con el corazón en la garganta, el juramento que ambos tantas veces habían pronunciado pero nunca dejaba de emocionarlos y más en ese momento.
–Tu gente será mi gente y tu Dios será mi Dios. Donde tu mueras, yo moriré. Y allí seré enterrado.– le respondió Jem mientras ensanchaba una sonrisa enorme y lo miraba como siempre, a su hermano.
Ambos seguían llorando, pero en ese momento de felicidad, de emoción. Había pasado tanto tiempo desde que habían escuchado esas palabras, que se las habían dicho a el otro. Solo querían que ese momento sea eterno y así lo fue para ambos. Y no hizo falta una mirada de más o un aviso para que ambos dijeran al mismo tiempo.
–El Ángel me haga esto y mucho más si nada más que la muerte nos separa a ti y a mi.
Ambos estaban muy emocionados como para decir algo más aunque ambos tenían tanto que decir, sabían que no tenían tiempo y de igual manera no hacía falta. Mientras se miraran a los ojos, todo era suficiente.
–Ya es tiempo, hermano mío.– pronunció Will, sin dejar de verlo.
–Lo sé mi Will, lo sé. – respondió Jem con la poca vez que le quedaba, odiaba que todo tuviera que ser así pero no tenían otra opción, demasiado afortunados eran al haberse encontrado una vez más.
Ninguno pudo evitar lo que sucedió a continuación, ver como Will empezaba a perder el color como si fuera un fantasma, desvaneciéndose, no hizo más que destruir a Jem. Y Will lo sabía perfectamente.
–Jem, mi Jem. No olvides nunca que siempre estaré contigo.– dijo con mientras lo miraba con el amor más puro del mundo. – Siempre.–
Jem lo sabía, ambos lo sabían. Pero de igual manera, escuchar a Will como si estuviera susurrando de lejos, ver como se desvanecía lentamente era muy fuerte para el.
–Wǒ ài nǐ xiōngdì.– pronunció Jem.
Y Will, apenas ya visible asintió con la cabeza, le guiñó un ojo y sonrió. Esa sonrisa que Jem conocía perfectamente, esa sonrisa que le daba vida cuando lo único que veía y sentía era muerte. El fue quien lo salvó. Y aunque Will no dijo nada, el entendió todo. No pudo hacer más que sonreírle aún más y ver como desaparecía. Hasta que ya no estuvo más, como si hubiera sido un sueño muy realista, Jem no podía procesar todo lo que había pasado en esos minutos que duraron una vida para ambos. El corazón le explotaba y fue una caricia enorme a su alma con tantas cicatrices y dolor haber visto a Will después de tantos años. Y aunque fue la primera y última vez que sucedió, no quiso pensar en lo malo. Solo cerró los ojos y lloró de emoción mientras se reía. Había visto a su hermano después de toda una vida y a pesar de que se había ido, todavía lo sentía. Como lo había hecho siempre.
Miró la cuna donde se encontraba Mina y a Tessa que había entrado silenciosamente al salón para no interrumpirlo. Y aunque ella no había presenciado nada, de igual manera lo supo y no pudo evitar que las lágrimas corrieran por su cara. Tampoco dijo nada, no era necesario, ni había palabras para lo que Jem sentía. Viendo al amor de su vida y a su hija después de haberse encontrado con Will lo único que pudo hacer es darse cuenta, finalmente. Después de tanto tiempo, después todas las cosas que había pasado, se dio cuenta y no pudo evitar mirar a Tessa y reír. Después de tanta desesperanza y sufrimiento, finalmente Jem se dio cuenta que sentía algo que jamás se imagino que volvería a sentir. Felicidad. Tessa sonrió y pudo ver en sus ojos que ella lo había entendido también. Y aunque no pudiera verlo nunca más, el lo sintió. Sintió la presencia de su hermano y eso no hizo más que calmarlo.
Jem era feliz nuevamente y nada iba a cambiar eso.
by: camila 💘
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quiero con pasión y con tristeza porque no sé qué es querer con alegría de pies a cabeza.
quiero con locura y emoción porque lo inexpresivo aburre y eso mata un montón.
quiero con acciones y no con palabras, quiero demostrar y no, no decir nada.
quiero mucho aunque no me quieran.
quiero querer todo el tiempo aunque no tenga a quién.
quiero mucho y no quiero nada.
quiero a todos y no me quiero nada.
quiero quererme como te quiero, con locura de cuidarte y amarte de la tierra al cielo.
quiero que vivamos nuestras locuras y que estés conmigo en mis momentos de ruptura.
nos quiero mucho juntos.
querer me alegra el corazón.
querer es lindo cuando es con vos.
querer implica mucho además de estar.
querer implica sacrificio y una que otra lágrima de más.
querer es complicado aunque lo pinten fácil.
querer que te conozcan es abruptamente difícil, pero querer que pase es sorprendenteme hermoso.
dejarme quererte es maravilloso.
querer y conocer son momentos hermosos.
si quiero y conozco, si estoy y no me escondo, si demuestro y también lloro, si me rompo y me compongo, si me alegro y me siento bien.
¿qué más necesito?
amarte es un regalo y quererte es mi destino.
así que lo cumplo aunque yo no este en tu camino.
querer es más fuerte que el egoísmo.
querer es que me digas que me vaya y solo asienta sin dobles pedidos.
querer es mucho más que para uno.
querer es lo mejor del otro aunque no sea con uno.
aunque no quiera lo mismo.
aunque no me quiera en su camino.
un camino sin fin.
un pozo sin fondo.
un laberinto sin salida.
esperamos una la liberación que nunca llega.
porque nos encerramos de ellos y por ellos.
pero al fin y al cabo, somos presos de nosotros mismos.
mi corazón, mi perdición.
mi mente, mi cárcel.
soy mi jaula y mi llave.
soy yo.
tan fácil como caer, tan difícil como permanecer de pie. aún cuando todo parezca estar bien, siempre habrá algo que arruinará el equilibrio porque nada puede ser perfecto, porque esos demonios no se van aunque estén más alejados. pero no del todo. nunca es del todo. y aprender a vivir con ellos es el problema. aprender a no escuchar esos gritos persuasivos que nos hacen creer que no somos nada, cuando para otros quizá somos todo. todo y más. así que vale la pena intentar pero ¿en algún momento se irán?. no sé qué hice para merecerlos pero me gustaría saber qué hacer para echarlos.
la muerte me aterra pero la incertidumbre de no saber si voy a hacer algo con mi vida me da ganas de caer en un sueño profundo y no sentir nada.
después de sentir tanto, ya no sé de qué lado me encuentro.
I Fe e l E m p t y . . .
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Música para inspirarse y música para desahogarse.
Canciones que llegan y van, canciones que se piensan pero nunca se escriben y canciones que se dejan llevar por el ritmo pero pierden su significado.
La música es arte en todas sus diversidades, sin importar específicamente el ritmo, las letras siempre le llegan más a unos que a otros.
Y aquí es cuando entra la perspectiva.
Dependiendo de nuestro estado de ánimo, del ambiente en el que estemos y de nuestra historia, una canción nos va a llegar de una manera específica mientras que a otro le llegará de manera diferente. Y es el momento en el que el otro describe su perspectiva cuando nos damos cuentas de detalles que no percibimos, de ideas que jamás se nos hubieran ocurrido y de que las perspectivas son mundos individuales. Pero que pueden volverse colectivas si es una realidad favorable oculta o si es una realidad maligna disfrazada de la primera.
Y por esa misma razón todos piensan que cuando el Renault 12 de color rojo chocó con el Meriva color azul, fue un accidente y fatal. Porque la familia del coche rojo, abatida porque su hija está en coma, contó su versión de la historia logrando cegar así a los espectadores. Obviamente que una historia casi trágica convence a cualquiera.
A cualquiera menos a mi.
Porque nadie piensa en la familia del coche azul. La familia que desapareció luego del accidente pero no porque había algún rastro de culpabilidad, sino porque como dije antes fue un acontecimiento fatal y la destrucción les tocó a ellos. Ellos decidieron dejar de luchar luego de la muerte de su hijo, solo son ahogados por la debastación.
Pero en cambio yo si, yo voy a luchar. Y no voy a detenerme ni un segundo hasta descubrir la causa exacta...
nunca imaginé que este momento llegaría, todo estaba tan bien, todo era amor y dulzura. ¿qué fue lo que pasó? jamás sentí un dolor como este, se me desgarró el corazón y lloré como nunca. se rompieron tantas cosas en mi que no se van a poder arreglar, se fueron tantas cosas lindas y ahora solo quedan recuerdos. recuerdos que duelen, que son puñaladas en mi corazón hecho trizas. todo lo que vivimos, todos los momentos que no van a volver a suceder jamás los tengo que dejar ir pero es lo que menos quiero, no quiero dejarte ir. me aferro tan fuerte que me sangran los dedos y con esa sangre escribo estas palabras. los días ya no son los mismos, decirte adiós es dejarte ir con un pedazo de mi alma que no va a regresar pero que se puede reemplazar. ¿ ahora cómo hago para curarme? si todo lo que siento es dolor. no quiero dejarme llevar por la marea que me llama a gritos, no quiero ahogarme, no quiero perderme de nuevo. quiero encontrarme pero para eso tengo que desgarrarme más y arrancarte, dejar que el viento te lleve y verte ir. siempre dije que nunca me iba a ir de tu lado a no ser que me lo pidas, supongo que llegó el momento. me voy a curar, a componerme de la pérdida mientras te deseo lo mejor.
dos años y todavía no puedo releer esto, me duele el recuerdo y lo que pude haber hecho.
nunca se queden con las ganas, digan todo, por favor.
Supe desde el principio que me iba a arrepentir. Lo sabía, pero me dió igual. Creí que si iba y lo veía, podría ser capaz de aceptarlo. Pero no. Todo el trayecto parecía eterno, a pesar de haber sido muy corto. Salí de mi casa, comencé a caminar y me acordé de las veces que habrás pasado por esa vereda. No pude evitar aguantar algunas lágrimas, era imposible. Mi mamá me miró, lo sabía, me dijo que volviéramos. Tuve que hacerle caso, pero no. Seguí. Me creí fuerte. Una cuadra adelante, una conocida de mi mamá nos saluda. Se paró. Nos miró. Me observó atentamente. Mi mamá le dijo. Sobre una tragedia. Escuché las palabras “pobre”, “que horrible”, “no te lo puedo creer”. Pero se me hicieron distantes. Me sentía en otro mundo, no estaba presente. La mujer nombró la palabra “compañero”. Y la corregí. Con un nudo en la garganta a punto de ahogarme. Con la voz rota. Con las pocas fuerzas que tenía, la miré y le dije “amigo”. Amigo. Sabía que si la seguía mirando, me rompía ahí. Pero tenía que aguantar. Tomé una respiración profunda que me hizo sentir como si tuviera una piedra en medio de la garganta. Tenía que calmarme. Me limpié las lágrimas de la cara. Tenía que ser fuerte. Y seguimos. Cruzamos el puente. Ese puente que crucé tantas veces y en ese momento pareció haberse extendido más de lo normal. Me costó subir esas escaleras. Sentía que me faltaba oxígeno. Mi cuerpo no quería seguir. Mi mamá me agarró del brazo y me ayudó. No sé que hubiese sido de mi sin ella. Llegamos del otro lado. Fuimos a la parada. Esperamos. Esperamos lo que habrán sido diez minutos que parecieron horas. Y lo dije. Dije eso que me estaba lastimando desde lo más profundo de mi ser. Me estaba carcomiendo y necesitaba decirlo. Hace mucho que quería hablarle, le dije. Hace mucho que estuve a punto de responderle una historia de instagram porque lo extrañaba. Pero nunca lo hice. Y nunca voy a poder hacerlo. Me miró. Me dijo que nunca debía quedarme sin hacer algo que quería, porque después podría ser tarde. Una puñalada. Una grieta en el pequeño muro de cristal que estaba construyendo contra la realidad. Eso fue una grieta más. Y fue una enseñanza. Me arrepiento tanto que duele. Llegó el colectivo. Estaba tan lleno que sentí que me ahogaba antes de subir. No podía. Pensé que era una señal de que no debía ir. La iba a seguir. Pero llegó otro colectivo. Más vacío. Lo miré y comencé a caminar sin pensarlo. Tenía que ser fuerte, no dejaba de repetirme. Subí y me senté en el primer asiento que encontré. Me desconecté de nuevo. No podía despegar la mirada de la ventana. Una ventana por la que había visto tantas veces pero nunca, observado. Observé la noche. Las luces de los carteles. La gente caminando, riendo, comprando, comiendo, pensando en quién sabe qué. Y me pareció injusto. Me pareció injusto que en un día tan horrible, la noche fuese tan hermosa. Quise quedarme observando por esa ventana durante toda la vida. Mientras estaba ahí, me sentí fuera de la realidad. Quería escapar y eso parecía perfecto para hacerlo. Pero duró poco. Mi mamá me llamó. No quería creerlo. Me levantó y nos paramos. Quería salir corriendo. Quería huir. Pero bajé. Miré a mi alrededor. Me sentía irreal. Era todo un sueño. Una pesadilla. Y estaba bien si seguía, porque tarde o temprano iba a despertar. Pero nunca pasó. Mi mamá comenzó a caminar. Yo también, pero más lento. Cada vez más lento. Sabía que estaba por ocurrir. Crucé la calle. Iba muy lento. No podía caminar Miré el contador que estaba al lado del semáforo. 8 Estaba esperando. 7 Me aferré a que era el momento de despertar. 6 Las luces eran cada vez más brillantes. 5 Seguí caminando. 4 No faltaba nada. 3 ¿Por qué todavía seguía ahí? 2 Mi mamá me tomó del hombro y me obligó a subir a la vereda. 1 Nada. Aún no quería creerlo. Seguí caminando. Faltaban metros. Tenía que ser fuerte. Sabía que mi vida iba a cambiar. Estaba tan cerca y lo sentía tan irreal. Mi mamá me agarró del brazo. A pesar de sentirla, no podía creer que fuese cierto. No escuchaba nada. Hasta que pasó una ambulancia. Estaba tan absorta en mis pensamientos que eso me descolocó. Pasó en cámara lenta. Comencé a temblar. Lo imaginé. Lo ví ahí adentro. Imaginé como lo llevaban. Imaginé como lo reanimaban. Y ví como no servía de nada. Era imposible hacer algo. Se me empañó la vista. Quise obligarme a creer que era un sueño horrible, otra vez. Pero no sirvió. Era hora. Iba a seguir caminando o, mejor dicho, arrastrando los pies. Pero no había más que seguir. Estaba ya en el lugar. “Es acá”. Miré adentro. No quería. Pero entré. Entré y observé el lugar. Una sala de estar. Una recepción. Vacía. No había nadie. Y por un instante. Solo por un instante, creí que tenía razón. Tenía razón. Era todo un sueño. Era una broma. Se confundieron de persona. No eras vos. Estuve a punto de hasta sonreír. Pero levanté la mirada. Una pantalla. Cualquier ápice de esperanza que existía en mi. Por más mínimo que fuese. Se extinguió. Tu nombre estaba en esa pantalla. No podía dejar de mirarla. Y no podía permitirme creer que era cierto. No podía. Mi mamá siguió mi mirada hacia la pantalla. Y me miró. Esa mirada hizo otra grieta. Esa mirada hablaba. Esa mirada no decía “todo va a estar bien”. Esa mirada me dijo “tu vida va a cambiar pero yo voy a estar ahí con vos.” Tomé una respiración profunda. Miré al frente. Un pasillo. Fue lo más largo que vi en mi vida. Y apesar de que mis pies se habían plantado al piso. Comencé a caminar. Me costó mucho. Pero caminé. Fue una eternidad. Creí que en cualquier momento me caía y no me levantaba. Las piernas me temblaban. Tenía que ser fuerte. Dos metros. Había unas chicas afuera. Dejaron de hablar y me miraron. Se callaron. Sentí que estaba a punto de recibir un castigo. Había una rampa. La subí. Cinco pasos más y entraba. No podía. Miré a mi mamá. Me miró. No podía. Pero seguí. Entré. Gente llorando. El ambiente era horrible. El silencio. Ese día conocí un nuevo silencio. Un silencio desgarrador. Ese silencio era asesino. Levanté la mirada. Enfrente había otra habitación. Con personas paradas, formando un círculo. No. No. No. Por favor. Jamás recé tanto en mi vida. Quería creer que era mentira. Pero no pude más. Ese escudo que trataba de separarme de la realidad. Se destruyó. Cayó y se rompió en mil pedazos. Sentí como el aire abandonaba mis pulmones. Mis piernas dejaron de funcionar. No había nada que me sostuviera. Temblaba tanto que no podía manterme parada. Porque te ví. Te ví. Te ví y sentí como el mundo se vinó abajo. Sentí como algo se rompió dentro de mi. Ya no soy la misma persona después de verte. Me caí. Pero mi mamá estuvo para sostenerme. Me acompañó a un sillón. Y lloré como si no hubiera un mañana. Rompí el silencio. Me ahogaba en mis lágrimas. No podía detenerme. Quería que te levantarás de ahí. Quería que me abraces y me digas “Esta bien, tranquila.” Quería ver tu sonrisa una vez más. Pero sé que nunca va a pasar de nuevo. No sé cuánto tiempo pasé ahí. No sé cuánto tiempo pero creí que jamás acabaría. Me era imposible levantarme. Pero aún así. Después de un rato. Cuando sentí que ya no podía más. No podía respirar. Levanté la cabeza. Todos los que estaban ahí, me miraban. Sentí sus miradas de dolor. Compartimos dolor por medio de miradas. Doblé la cabeza. Y una chica me estaba mirando. Dios mío. Se me rompió más el alma. Tu hermana. Son tan iguales que creí que te estaba mirando. Sentí que te miré por última vez. Pero solo duró un segundo. No fui capaz de sostenerle la mirada. Traté de regularizar mi respiración. Mi mamá quito su mano de mi espalda y se levantó. Entró donde estabas. Y supe bien por qué. Tenía que ir también. No sé de dónde saqué las fuerzas. Pero me levanté. Mis piernas no funcionaban correctamente. Nada en mi lo hacía. Pero tenía que. Entré. Pero no te miré. Miré a mi mamá. Me miró y me la presentó a ella. La miré. Y tu mamá me devolvió la mirada. Sentí como me lanzaron miles de lanzas al corazón. Había imaginado ese momento tantas veces. Había pensado que iba a decir tantas veces. Pero no dije nada. No podía hablar. Tu mamá, con las pocas fuerzas que tenía. Se comenzó a levantar. Pero no logró hacerlo por completo. Porque yo fui la que se acercó. Me acerqué. La miré. Y la abracé. Aún escucho sus sollozos. Fue horrible. Traté de palmearle la espalda. Pero mi cuerpo no funcionaba. Se separó. Yo me levanté. Y tomé una respiración profunda de nuevo. Si estiraba la mano hacia atrás. Te tocaba. Estabas vos. Bueno, tu cuerpo. Pero no pude. La mujer que estaba a su lado, me miró. La miré pero no pude. Salí. Me senté de nuevo. Traté de recapacitar en todo lo que había sucedido. Pero no pude. Mi mamá se sentó a mi lado. Tenía los ojos vidriosos. Y supé perfectamente en lo que estaba pensando. Me estaba imaginando a mi ahí. Estaba tratando de imaginar lo que sentía tu mamá. Pero no pudo. Ni yo. Apareció tu otra hermana. Tu papá. Son todos tan parecidos. Un recuerdo vivo tuyo. Me dolía mirarlos. No podía. Necesitaba salir de ahí. Me dí vuelta y le dije a mi mamá, que por favor me sacara de ahí porque no podía más. Asintió. Nos levantamos. Entró de nuevo. Iba a saludar. Pero no pudo. Se dió la vuelta. Me estaba por ir. Pero no pude evitar. No pude evitar mirar esa madera con tu nombre. No pude evitar mirar las flores. No pude evitar mirar el papel que decía “tus hermanas te aman”. No pude evitar mirarte. Ver como tu papá te acariciaba el pelo. Escuchar el llano desgarrador de las personas que te rodeaban. Tu hermana, más que destrozada, junto a tu mamá. Tu mamá. Supongo que tu abuela. Una mujer que no pudo verte más y salió. Pero yo seguí. Quería grabar tu cara. No quiero olvidarla jamás. Te veías tan tranquilo. Siempre te la pasabas moviendo de acá para allá. Era la primera vez que te vi quieto. Y la última. Cada segundo que pasaba. Cada segundo que pasaba me destruía más. Hasta que mi mamá me agarró del brazo y me sacó. El camino hacia la salida se hizo rápido. Aunque yo aún seguía mirándote. Se sentía tan irreal. No podía ver nada porque las lágrimas me lo impedían. Me temblaba todo. Pero seguí. Crucé la puerta. Y me estanqué de nuevo. Todo lo que había pasado hace instantes me golpeó de repente. Y no pude evitar empezar a llorar de nuevo. No podía parar. Pensé que me caía. Pero mi salvadora vino de nuevo. Me abrazó. No había nada que decir. No podía respirar. No podía asimilar lo que había pasado. No podía entender cómo mi vida había cambiado en horas.
Hoy me ví. Mi amigo quiso animarme. Me grabó. Y me ví. Que hipócrita. Me ví y sentí como deshonraba tu memoria. Vos siempre con una sonrisa y yo ahí demacrada. Perdón. Pero es que todavía no lo asimilo. Todavía no asimilo que nunca más te voy a ver. No asimilo que nunca más voy a verte con el auto. No asimilo que no voy a poder invitarte a mi cumpleaños. No asimilo que no vayas a cumplir 18. No asimilo que no vas a crecer, que no vas a tener hijos, que no vas a seguir viviendo. No puedo asimilar que ya no estás en este mundo. Pero tengo que hacerlo. Te juro que voy a tratar de hacerlo. Se que voy a hacerlo pero me va a costar demasiado. Necesito volver a dormir. Necesito no pensar más. Necesito asimilar que nunca más me vas a abrazar, empujar o preguntar si estoy bien.
Nunca.
Jamás.
Pero agradezco tanto haber coincidido con vos. Agradezco que hayas repetido de curso. Porque gracias a eso tuve la gran oportunidad de conocerte. De quererte. Y te sigo queriendo. De conocer a una persona tan fuerte que me enseñó tantas cosas. Una persona que me marcó mucho y que nunca voy a olvidar. Tu partida hizo que nos unieramos más. Aunque se nota tu ausencia. Hoy me enteré que te fuiste sin sufrir. Eso me consuela un poco. No te merecías sentir una pizca de dolor. Porque siempre fuiste un ángel. Pero ahora más. Espero que sigas con esa sonrisa que te caracteriza, amigo. Ya nos vamos a volver a ver. Hasta luego.
-C.Z
{29/05/2017}
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